Así como el Sol calienta e ilumina muchos países en el planeta Tierra sin tener en cuenta los idiomas y las culturas de sus habitantes, asimismo el ser supremo es el padre de todos los seres vivos.
En cada país al Sol se le atribuye una denominación distinta y puede que brille con diferente intensidad en distintos lugares. No obstante, el Sol nutre y da vida a todos los seres vivos sin discriminación. De modo similar, Dios inspira y cuida de todos sus hijos y acepta que ellos se dirijan a Él con distintos nombres y en idiomas diferentes.
Cuantos más seres humanos valoren este principio, más fácil será crear paz y armonía entre los diversos pueblos del mundo. Todos los miembros y representantes de las distintas tradiciones espirituales tienen la
responsabilidad de dar ejemplo en este sentido y de difundirlo a aquellas personas que todavía no han reflexionado al respecto. Las tradiciones espirituales tienen más factores comunes que diferentes. ¿Por qué entonces no enfatizar el respeto, la paz y la armonía en base a lo común en lugar de buscar la confrontación en base a lo diferente? De acuerdo a las enseñanzas de los Vedas, todos sin excepción, ya sean cristianos, musulmanes, budistas, hindues o ateos, son hijos de un padre común, por lo que es natural cooperar con un espíritu de servicio.
Otro principio esencial para sembrar paz en el mundo es fomentar la paz con nosotros mismos. Si no tenemos paz a nivel individual, ¿cómo vamos a tener paz con el vecino?
Cuando las personas nos sentimos frustradas y perturbadas es fácil que proyectemos nuestros problemas hacia los demás. Si nos encontramos con alguien que se encuentre en una situación similar, seguramente se
producirá una respuesta tensa que creará un conflicto. Cuando se producen una serie de conflictos de este tipo, es probable que la situación escale, tal y como se vive a menudo en el mundo.
La educación espiritual sistemática puede ayudar a las personas a encontrar la paz interior y, como consencuencia de ello, fomentar la paz colectiva.
La Bhagavad-Gita nos enseña la siguiente fórmula de la paz: ‘La persona que conoce al señor supremo como el disfrutador de todos los sacrificios y austeridades de la humanidad, como el propietario de todo y como el amigo de todos, se libra de los sufrimientos de este mundo y alcanza la paz’.
Cuando los seres humanos actuamos egoístamente queriendo explotar los recursos naturales, estamos provocando tensión y conflicto, ya sea consciente o inconscientemente. Si vemos a Dios como el disfrutador
de todo y tratamos de complacerle por medio de actos piadosos según su voluntad, podemos contrarrestar esa mentalidad y las consecuentes formas egoístas de actuar. Otro defecto que poseemos los humanos es
considerarnos los propietarios del mundo que nos rodea.
Todos nacemos desnudos y también nos vamos de este mundo sin llevarnos nada. Sin embargo, a veces somos tan ilusos que nos creemos los dueños de las cosas que utilizamos o de la tierra que habitamos. La realidad es que Dios es el propietario de todo y nosotros somos algo así como unos inquilinos. Este falso sentido de propiedad nos confunde y provoca agitación y conflictos innecesarios.
Yadunandana Swami
Director del Instituto de Estudios Bhaktivedanta
harekrisnamadrid.com