La Tristeza: Un Camino hacia la Libertad Emocional y el Autoconocimiento

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4,1 minutos de lecturaActualizado: 27/10/2024Publicado: 27/10/2024Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , , , ,

“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando…”.

(Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre).

Cuando murió mi abuelo paterno, experimenté lo que para mí fue mi primera orfandad. Para un niño de cinco años, los paseos de la tarde se desvanecieron, y aunque mi mente infantil anhelaba imaginar que él me miraba desde el cielo y siempre estaría con nosotros, esa idea nunca logró consolarme.

En ese momento, algo en mi alma infantil se despertó, reflexionando sobre la irreversibilidad de ciertas pérdidas. La muerte de mi padre no me sorprende como lo fue con la de mi abuelo. Solo recientemente he conseguido aceptar la finalidad de la tristeza, de la que había estado huyendo, y que en tres ocasiones me arrojó a los hondos pozos de la depresión profunda.

Esta revalorización de la tristeza auténtica (no la nostalgia) ha tenido que luchar contra la mala prensa que recoge en nuestra sociedad contemporánea. Rememorar la exaltación del romanticismo subjetivo, donde el individualismo heroico buscaba una conexión con la tradicional y nostálgica tristeza, puede parecer desfasado en el contexto de un mundo que prioriza el individualismo pragmático y la búsqueda de la felicidad a toda costa. Como varón, he sido educado para no mostrar la tristeza, ya que se asociaba a una inactividad y a la victimización. Sin embargo, con el tiempo he llegado a comprender que la tristeza es **la única emoción fría** que nos ofrece la capacidad de desarrollarnos.

La tristeza, como facultad innata para percibir pérdidas, nos permite anticiparnos al esfuerzo necesario para compensar lo que hemos perdido y encontrar nuevas soluciones. Así como el miedo nos proporciona seguridad, la tristeza nos guía hacia el desarrollo personal, entendiendo qué se debe hacer en cada situación. Aunque el miedo utiliza el tacto, la tristeza emplea el oído, el canal por el que recibimos tanto las buenas como las malas noticias, capaz de conmoverse ante la música que evoca emociones profundas.

En este momento, disfruto del famoso adagio en sol menor de Albinoni (escuchar aquí). Te invito a leer este artículo mientras dejas que estas sentidas notas resuenen en tu interior. Puedes también escuchar a Itzhak Perlman expresando el dolor de las víctimas del holocausto (aquí) o la hermosa aria de Mirella Freni en “Un bel dì, vedremo” de Madame Butterfly (ver aquí). La muerte, el amor no correspondido, las pérdidas de tiempo y expectativas, así como los recuerdos del pasado que ya nunca se repetirán, nos llevan a experimentar diversos grados de tristeza: desaliento, abrumamiento, angustia, e incluso depresión.

Es interesante señalar que donde hay amor, no puede haber tristeza, y viceversa. El amor simboliza un estado de pertenencia y plenitud, mientras que la tristeza es el reconocimiento de una carencia. Sin embargo, es crucial entender que no siempre la tristeza está ligada a una pérdida real ni es funcional; el fatalismo que muchas personas sienten en la actual situación social y económica se alimenta de un miedo que impide visualizar las posibilidades de superación.

Es esencial abordar la tristeza antes de cualquier otra emoción en ciertas situaciones. A menudo vemos a padres reprender a sus hijos pequeños que han caído mientras jugaban, a menudo en un intento de mitigar su tristeza por el posible daño. Esta falta de conexión con sus emociones reales puede transformarse en una histeria desproporcionada, que revela una preocupación más centrada en el cumplimiento de las reglas que en el amor genuino hacia el niño.

Luis Pelayo, fundador del Centro de terapia bioenergética Anthos, invita a encontrar las “raíces ocultas del sonido del amor y el desamor (tristeza) en el cuerpo”. Es fundamental corporeizar las emociones y llevar conciencia a nuestra experiencia. De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en el pensamiento como un mecanismo de defensa, en lugar de avanzar en nuestro proceso de desarrollo y transformación personal. La tristeza, lejos de ser un obstáculo, puede ser la brújula que guía nuestro viaje hacia la libertad interior, tal como canta “el Cabrero” en el Canto de la Sierra (escuchar aquí), una libertad que encontramos al conectar con el sufrimiento transpersonal que refleja injusticias en la sociedad, recordándonos en cierta forma a Leonard Cohen con su emblemática canción:
Como pájaro en un cable,
como borracho en la ronda de medianoche,
intenté ser libre a mi manera.

(Bird on the wire, ver aquí). Ambos artistas han obtenido su libertad, permitiéndonos también conectar con la nuestra al abrazar la tristeza auténtica, que tiene la función trascendental de alcanzar la total claridad del cuerpo, corazón, mente y espíritu.

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