Esencias Zen: La Sanación Personal

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El camino del zen comienza con el reconocimiento de nuestra propia realidad. Para muchos es el resultado de una encrucijada, provocada por una crisis existencial, o por una pérdida del horizonte vital. Para otros es el resultado de un deseo de búsqueda, a veces no claramente expresado, para contestar a las preguntas fundamentales del ser humano: ¿quién soy yo? ¿qué es esto? ¿a dónde voy? ¿cuál es el significado de mi vida?.
Muchos de nosotros hemos buscado antes en la filosofía o la religión y hemos entrado en crisis con sus normas, ritos y rápidas respuestas a las que exige adhesión. Requerimos buscar por nosotros mismos, experimentar por nosotros mismos.

Por ello venimos a la práctica del zen, una práctica que comienza con la meditación en silencio. No hay apriorismos ideológicos, ni religiosos, aunque sí aceptamos que hay algo que buscar, mas allá de lo que vemos o lo que sentimos. La práctica del zen es también prestar atención a la vida, ser capaces de practicar el silencio en medio de las cosas.

El primer paso, esencial en el zen, es la comprensión de nosotros mismos, el autoconocimiento. Esta comprensión es vivencial, y supone un recorrido de coraje para aprender de que va nuestra vida, y cuales son las asignaturas que hemos dejado en el camino. Encontrarnos con nosotros mismos sin mentirnos, sin contarnos historias, sin intentar disculparnos ni aparentar personajes o justificaciones supone un ejercicio doloroso que va sedimentándose y madurando en medio de nuestra práctica del silencio, en medio de nuestro zazen y de la experiencia de nuestra vida día a día.

Quizás nos encontramos con fantasmas de los que hemos huido, quizás descubrimos heridas que estamos escondiendo, o quizás por fin comprendemos la razón profunda de por qué somos coléricos, depresivos, tímidos o miedosos. En muchos casos esto nos puede llevar incluso a necesitar ayuda profesional, o a realizar un largo recorrido de depuración y enfrentamiento con nuestras heridas, de tomar decisiones vitales que nos hagan salir de las trampas que nos hemos puesto en el camino.

Esta confrontación valiente con nuestra vida puede que haga consciente contradicciones vitales que no queremos ver, relaciones personales perniciosas, ciclos de dependencia y de falta de libertad personal, actuaciones egoístas que nos tienen atados. Esta confrontación puede que lleve a tomar decisiones dolorosas de divorcio o de separación, cambio de trabajo o de lugar de vivienda, puede que signifique romper y dejar situaciones que nos daban seguridad, y significará un transito interior o exterior doloroso.

La práctica del conocimiento de uno mismo lleva a comprender nuestros apegos. Comprender si estamos atrapados por la posesión, de cosas, dinero, «juguetes» personales, rutinas propias, roles personales o sociales, mimetismos o relaciones de dependencia. La práctica del conocimiento de uno mismo nos lleva a comprender si habitamos en el odio o el rechazo, en estar enfadados con el mundo o las personas, en no aceptar cosas que tenemos o que nos pasan, estados o situaciones propias, incluyendo enfermedad o defectos. La práctica del conocimiento de uno mismo nos lleva a comprender si estamos enquistados en seguridades o ideas hechas, comprender nuestras intolerancias y exclusiones, nuestras ataduras a dogmas personales y rigideces que nos impiden avanzar. En esta comprensión tendremos que aceptar, quizás con lágrimas, las razones de estos apegos, las dificultades y el miedo a soltarlos, y el absurdo de su propio mantenimiento, ya que a través de esta práctica vital comprendemos que nos hacen daño, nos hacen sufrir y el objeto de nuestro apego va a desaparecer en el tiempo, querámoslo o no.

La práctica del conocimiento de uno mismo lleva a darnos cuenta como nuestra identidad es el resultado de modelos prefabricados, de mimetismos familiares, personales o sociales. Nos lleva a comprender que la identidad individual que aceptamos como propia es el resultado de multitud de condiciones donde nosotros no hemos sido directores, donde hemos reaccionado con patología. Nuestras pautas de comportamiento han venido quizás dictadas por mecanismos de defensa, de miedo o de esquemas hechos para ser aceptados o queridos.

La comprensión de todo esto es lo que a veces, de forma quizás romántica, hemos pensado como «la noche del espíritu». Pero es un proceso doloroso, que puede durar toda nuestra vida, para ser más auténticos, más sinceros y consecuentes, más liberados de modelos impuestos y de apegos propios. Es un proceso que yo aquí llamo de individuación: la búsqueda de una personalidad sana, liberada, basada en opciones vitales desde la práctica del desapego y que de entrada no se establece como una personalidad enquistada, sino como una personalidad preparada para el cambio.

Por ello la primera fase de la practica del zen es un proceso abierto de depuración y de limpieza, de vaciamiento de lo que realmente no somos, en la cual la práctica del silencio supone un observar la vida y observar nuestra vida, con la decisión firme de no engañarnos ni engañar, con la decisión firme de realizar nuestras tareas y de sanar lo que consideramos nuestra identidad. Y por tanto con la necesidad de revisar y dejar lo que no somos y creemos que somos, las copias que hacemos y las ataduras que nos ponemos y nos ponen. Es un proceso de transformación desde nuestra heridas a nuestra identidad, que es una no identidad.

Espíritu y Zen

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4,7 minutos de lecturaActualizado: 20/08/2017Publicado: 07/02/2014Categorías: Estilo de VidaEtiquetas: , , ,

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