Es crucial brindar atención al silencio y llevar a cabo nuestras tareas con amor. En cada palabra que decidimos pronunciar, vivimos la responsabilidad de crear y construir, evitando contribuir a la destrucción.
Aprendamos a hacer silencio intencional. La presencia del Padre se manifiesta en cada rincón de nuestras vidas, aunque a menudo no lo captamos. Al silenciar el ruido externo e interno, nos permitimos recibir sus enseñanzas. Si estamos permanentemente ocupados en nuestras propias agendas y preocupaciones, limitamos su expresión y desconectamos de lo que realmente puede enriquecer nuestra existencia.
Para crecer, es esencial trabajar en uno mismo. La verdadera transformación no ocurre en los demás, sino en nosotros a través del ejemplo. Claridad en nuestras acciones se alcanza únicamente cuando vivimos nuestra verdad. Las palabras vacías no son suficientes para transmitir experiencias profundas y espirituales, y las realidades del espíritu trascienden el lenguaje.
Vivamos de tal manera que nuestra existencia hable por sí misma. A través de nuestros actos, los demás podrán observar el por qué de nuestro comportamiento. No debemos forzar a otros a entender lo que solo nosotros percibimos. La tolerancia y el respeto son fundamentales; todos deberían tener la libertad de explorar su camino.
Cuando observamos injusticias, nuestra primera reacción puede ser intervenir para corregirlas. Sin embargo, debemos recordar que cada individuo tiene su libre albedrío. Aprendamos a accionar desde la conciencia, comunicando a través del Verbo y adaptando nuestro mensaje a las necesidades del momento, evitando caer en discursos repetitivos.
La vida es una obra en constante evolución; cada uno de nosotros debe encontrar su lugar y función dentro de esta creación. Aprender a amar lo que hacemos y a llevarlo con paz es vital para nuestra convivencia y desarrollo personal.
Daniel Ferminades
Fundación Impulso de una Nueva Vida
http://www.impulsodeunanuevavida.org
Publicado en revista Convivir – Mayo 2015