De una o de otra manera y habiendo impartido clases de meditación a lo largo de casi cinco décadas y a más de trescientas mil personas, no han sido pocos los alumnos que me han planteado la cuestión de por qué el ser humano ha sembrado el planeta de tantos horrores y atrocidades a lo largo de milenios. Si se tomara de súbito real consciencia de lo que verdaderamente han hecho los llamados hombres, uno enloquecería sin remedio. Pero tan encallecido emocionalmente ha llegado a estar el ser humano, o seguramente lo estuvo desde el principio, que podemos informarnos casi impávidamente, y tomándolo como un mero dato estadístico, que solo en guerras han muerto cuatrocientos o quinientos millones de personas, de los cuales más de ochenta fueron entre la Primera y la Segunda Guerras Mundiales.
Me he preguntado si el hombre no es un intento por completo fallido, una muy mala copia de lo que tendría que haber sido
Yo mismo me he hecho muchas veces la misma cuestión, y me he preguntado si el hombre no es un intento por completo fallido, una muy mala copia de lo que tendría que haber sido. Hemos conseguido el más que dudoso privilegio de un cerebro humano, en el que imperan tendencias tan calamitosas e insanas como la ofuscación, la codicia y el odio. La historia de la Humanidad es, aún para el más paranoicamente optimista, una historia de violencia sin fin, crueldad y peligroso desatino.
¿Qué falla en el cerebro humano? ¿Acaso es que en principio está diseñado por la evolucion para lo pernicioso más que para lo beneficioso? ¿No es que se ha quedado a medio camino y ha sumado al básico instinto de superviviencia el pensamiento obsesivo de una imparable e incurable codicia que mueve hilos, inusitadamente organizados, para destruir y seguir alimentando el demonio de la avidez?.
Es esa avidez que para satisfacerse (aunque no pueda hacerlo, porque es como un estómago sin fondo) lleva a la adulteración de alimentos y medicamentos, tráfico de hombres y animales, explotación de niños, guerras sin límite y sin cuartel, continuidad del esclavismo, apoderamiento y explotación de territorios tribales, comercio de órganos, salvaje manipulación y mercantilización de infinidad de mujeres, los perpetuados intentos por esquilmar y en el mejor de los casos, vejar o ignorar alos discapacitados mentales o físicos; esa codicia de poder, de gloria, de reputación, de apoderamiento y empoderamiento, de mirar solo por los propios beneficios sin reparar en las necesidades ajenas.
En esta época llamada de la Nueva Era, tan vieja como las más viejas y tan superflua como las más superfluas, donde se ha dado cabida a una neoespiritualidad degradada y mercantilizada y donde se han pervertido y falseado las más elevadas corrientes orientales de autorrealización, nada ha conseguido rebajar la codicia desmesurada que impera en el cerebro humano y que es la fuente de tantas y tantas injusticias y desmanes. Todo está dicho por los grandes mentes realizadas, pero nada está hecho. La corrupción ha alcanzado también a las iglesias de todo el orbe, buscando asimismo poder, cuando el poder es siempre putrescible. Rara es la institución u organización creada por el hombre que haya quedado sin mancha, que no haya terminado por ser también víctima de la codicia y la corrupción.
En la tan pomposamente llamada Nueva Era o la Era Acuario, no escasean los que habiéndose hecho expertos en el engaño o el autoengaño, nos quieren hacer creer que todo es bonito y que el hombre está cambiando y aflorando en él, por fin, sus mejores cualidades. Así los desaprensivos mistagogos y los vendedores de paraisos artificiales y que ofrecen la iluminación en pocas semanas con sus métodos infalibles, atolondran aquellos que sufren de una considerable minoría emocional y de no pocas fisuras psíquicas.
¿Estamos dirigidos por los más nobles y que realmente se ocupan por los desvalidos o por los más ofuscados por el opio y veneno de la codicia?
¡Qué razón la de Jesús: “ciegos dirigiendo a otros ciegos y al final todos al abismo”. En todo acto inspirado por una incontrolada codicia no puede florecer nada bello y cooperante.
Lo que urge es cambiar la mente humana. Buda se dió cuenta cabal de ello y supo bien que si el mundo nace de la mente, lo que haya en la mente de eso heredaremos. Yo creo en la posible evolución de la consciencia y sacarla de estas tierras movedizas donde la ha dejado estancada la evolución de la especie. Creo que igual que la codicia es una tendencia de la mente, también lo es la generosidad. Como les digo a mis alumnos, creo de corazón que son muchas más las personas buenas que las perversas, pero que éstas, muy tristemente, se organizan mucho mejor.
Si realmente queremos mejorar, no es un sueño pero no podemos hacerlo en base a autoengaños, creencias que en nada nos modifican o placebos. El día en que el cerebro del homoanimal que somos se desembarace de la codicia, será un gran día, porque será el día en que alumbre el verdadero ser humano.
Ramiro Calle
Director del centro Shadak
Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak
Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak