No hay persona que no conozca el desasosiego y, al mismo tiempo, la angustia que conlleva. El desasosiego es esa sensación de agitación, incertidumbre y ansiedad que nos envuelve, a veces sin razón aparente. Todos enfrentamos desasosiego cuando la vida no transcurre como esperábamos. Puede ser el resultado de sucesos adversos, factores externos o, como suele suceder, de nuestro propio interior carente de armonía.
Imaginen un reloj de arena. Cada grano de arena que cae simboliza un momento de inquietud, una preocupación o un miedo. Cuando estamos en sintonía, esos granos caen lentamente, permitiendo un flujo natural. Pero cuando estamos abrumados, se acumulan. La fiebre alerta al cuerpo, la ansiedad lo hace con el alma, recordándonos que hay algo que necesita atención.
Las causas del desasosiego pueden ser intangibles. En ocasiones, provienen de nuestro caos interno o de reacciones frente a temores y frustraciones. Es en estos momentos difíciles donde la inseguridad tiende a manifestarse en una mente inmadura que no confía en sus propios recursos. Así, el desasosiego transita de una leve inquietud a una angustia arrolladora, llenándonos de dudas existenciales y sintiéndonos perdidos en la tormenta de la vida.
La sociedad moderna actúa como un caldo de cultivo para el desasosiego. Muchas personas, sin darse cuenta, viven sumidas en una ansiedad crónica, desconectadas de su paz interior. El estrés se apodera de sus días, desgastándolas y alejándolas de la serenidad. La constante autoexigencia, la falta de tiempo para uno mismo y las relaciones dañinas contribuyen a este estado mental perturbador.
¿De dónde proviene el desasosiego?
El desasosiego puede llegar desde dos orígenes: externo o interno. Del entorno, a través de circunstancias difíciles, y del interior, causado por la falta de autoconocimiento y madurez emocional. A menudo, se agrava por nuestra incapacidad para aceptar lo inevitable, permitiendo que la mente genere tensiones y preocupaciones que, a su vez, crean un ciclo vicioso de angustia.
La búsqueda de la serenidad debe ser una prioridad en nuestras vidas. Para ello, es fundamental preparar el terreno adecuado para nuestro propio crecimiento interior, trabajando en la comprensión y aceptación de nosotros mismos. Aprender a mirar los eventos desde un lugar de equilibrio nos permite despojarnos de las emociones turbulentas.
Prácticas para hallar la calma en la tempestad
Un recurso poderoso en este viaje es practicar la meditación. Dedicar tiempo a la quietud, incluso en medio del caos, abre las puertas a una conexión más profunda con nuestro ser. Como decían los antiguos sabios de la India, no hay precio que iguale un instante de paz. Cultivemos esa paz interior y compartámosla en nuestro entorno, porque de la serenidad florece la lucidez, y de ella, nuestra capacidad de compasión.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor