Todos en algún momento hemos echado de menos que alguien nos abrazara y nos dijera con voz suave, «te amo, eres muy importante para mí, quiero compartir tiempo contigo». Ese anhelo de AMOR es nuestro niño interior. Digo Amor con mayúsculas para representar el amor incondicional que es ese amor que pretende lo mejor para el otro aunque no sea lo mejor para ti.
Nuestro niño interior simboliza muchas cosas, pero hay 3 fundamentales
- Nuestro auténtico Ser
- Nuestro niño interior herido
- Nuestro niño interior divino.
Nuestro auténtico Ser
Nuestro auténtico ser es esa parte nuestra que dejó de expresarse porque a los adultos que nos rodeaban no le parecía bien y nos educaron y condicionaron para mostrar lo que ellos consideraron que teníamos que mostrar.
Este auténtico ser es espontáneo, amoroso, generoso, inocente, cariñoso como son los niños en su esencia más pura. Pero por raro que parezca, hay personas que no pueden convivir con tanta belleza, tal vez porque les refleje lo que ellos no son o no tienen y, seguro que de forma inconsciente, nos quieren cambiar a su imagen y semejanza.
Muchos padres no saben o no pueden manejar su auténtico ser y por eso no saben relacionarse con su propio niño interior y tampoco con un niño exterior. Que conste que la responsabilidad es responder con habilidad y cuando no saben o no pueden es porque tampoco a ellos se les ha enseñado.
Nuestro Niño Interior herido
Nuestro niño interior también es nuestro niño interior herido que es esa parte nuestra que guarda o custodia todo el dolor de no podernos mostrar tal cual somos porque pensamos, que si lo hacemos, no nos van a querer y nos van a abandonar y nos vamos a quedar solitos.
Los niños se sienten muy vulnerables y dependientes de los mayores y tienen mucho miedo de que no les quieran y les dejen solos. Estas bromas que se hacen de «que viene el coco y te va a llevar», «me voy a ir y no voy a volver» o no tan bromas cuando se les dice a los niños «no te aguanto, ójala no hubieras nacido» es devastador. Los niños sienten mucho dolor cuando no se sienten queridos y tienen que ingeniárselas para poderlo soportar.
Una de ellas, tal vez la más común es pensar que si los adultos les hacen daño es porque ellos son malos y tienen que ser buenos y adaptarse a lo que los adultos quieran, dejando de un lado lo que ellos necesitan. Vivimos muchos años dependiendo de los adultos y sentimos que no tenemos poder, o si lo tenemos que lo tenemos que esconder hasta que seamos mayores. Muchos niños esperan, y esa ilusión los mantiene vivos, que algún día las cosas cambiarán y les querrán o por el contrario que se irán muy lejos. Hay otros que necesariamente buscan la venganza (en sus múltiples manifestaciones), que es otra forma de resarcirse del dolor.
Nuestro niño interior divino
Y finalmente nuestro niño interior también es esa parte nuestra que tiene el potencial de volver a conectar con su auténtico ser y cuando lo haga conectarse con la Fuente, con Dios o con la conciencia universal, es decir con el creador del que en realidad somos una parte, pero que cada uno lo llama de una manera dependiendo de la religión a la que pertenezcamos o las ideas espirituales que tengamos.
Es esa búsqueda de conectar con nuestra esencia, con nuestro potencial, con la misión que traemos a esta vida, con algo que nos haga sentirnos plenos, en paz, y llenos de alegría y bienestar. También se llama a esta necesidad de mejorar el impulso a la actualización a desarrollarnos personalmente, y siempre que lo intentamos nos encontramos con la frase más grabada en todos los templos del mundo: «conócete a ti mismo».
¿Y cómo empezar a conocerse a uno mismo? Pues habrá que entender cómo hemos llegado a donde estamos. Hay que partir del aquí y ahora ¿Cómo soy? ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí?, ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué me hace ser como soy? Somos el resultado de las experiencias que hemos vivido desde que nos concibieron (incluso antes si pensamos que somos energía que se transmite desde generaciones).
Nos cuesta conocernos porque hemos negado partes de nosotros mismos, buenas y no tan buenas, hemos reprimido nuestras emociones y sensaciones, y nos hemos adaptado al entorno: familia, cultura a la que pertenecemos sin apenas darnos cuenta. Y además en este proceso nos hemos juzgado y criticado en la misma medida que nos hemos sentido juzgados y criticados por los adultos que nos rodeaban y a quien nosotros le hemos cedido nuestro poder porque no nos quedaba más remedio.
Ese juicio y esa crítica nos han conducido al miedo, tristeza, y a veces enfado que no podemos manifestar porque eso nos dejaría solos e indefensos. Y donde hay miedo, tristeza y enfado no hay alegría y mucho menos AMOR con mayúscula.
Pero todos sabemos o intuimos o nos imaginamos lo que es sentirse plenamente amados. Es una sensación de paz, felicidad, alegría, armonía, plenitud, el estar bien en el aquí y ahora. Sólo de pensarlo nos expansionamos, nos abrimos, nos sentimos unidos a los demás y por el contrario en el miedo nos contraemos, nos resguardamos, nos limitamos y «nos ponemos alerta» para que no nos hagan daño, el daño que ya hemos sentido antes y que no queremos volver a sentir.
Pero aunque hayamos tenido una infancia más o menos feliz, todos hemos tenido carencias, incluso algunos no sabemos ni que las tenemos porque nos hemos «adaptado a lo que hubo» que no creemos que lo podemos conseguir.
La buena noticia es que todos podemos tener una infancia feliz porque nuestro cerebro siempre vive en presente, recuerda el pasado en presente y anticipa el futuro en presente. Por lo tanto con los avances en la neurociencia podemos revisitar nuestro pasado y transformar aquellos recuerdos que nos siguen haciendo daño.
La mejor manera de hacer este trabajo es en grupo, es estar entre iguales, personas que han pasado por lo mismo, y eso es todas, y que quieren dejar atrás los miedos y conectar con el amor incondicional, el abrir su corazón y relacionarse desde la confianza.
Me consta que creemos que puede ser doloroso y que muchos decimos «como que no, que no tengo ganas de pasarlo mal», esto es como el dolor de muelas que lo vivimos esperando que se vaya pero que si no curamos la muela y la extraemos en el momento adecuado sólo agravamos las cosas.
Victoria Cadarso
Psicóloga, terapeuta y profesora en www.vcteam.es
Autora del libro «Abraza a tu Niño Interior» (A la venta en Amazon)