Relaciones Desenredadas

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La mayoría de las personas prefieren algún tipo de vínculo con la esperanza de que les aporte a su vida cierta plenitud, aunque no siempre se trate de un buen amor.

Experimentar las diferentes etapas en la relación de pareja implica la adquisición de un mayor conocimiento, tanto individual como de la otra persona. Es en dicha relación, donde verdaderamente transcurren las múltiples facetas de los enredos y desenredos, estos, ayudan a ambos integrantes a adquirir una mayor conciencia de sus limitaciones y recursos.

Los enredos se refieren a las diversas dificultades que surgen a lo largo del tiempo, y los desenredos al alcance creativo de la pareja, para lograr nuevas soluciones, que son requeridas frente a las distintas circunstancias y situaciones de la vida.

Podríamos desarrollar cuatro etapas en la configuración de las relaciones en pareja, basadas en la clasificación del psicólogo Joan Garriga: 1. Hay relaciones que mueren cuando se termina la etapa de la intensidad del enamoramiento, como si lo que la sostuviera, tuviese que ver más con la idea que se tiene del otro/a, que con la realidad de ver al otro en toda su complejidad, su totalidad y humanidad. Cuando disminuye o termina la sensación de intensidad que provoca la presencia del otro/a, entonces, desaparecen las razones para continuar en esa relación.

2. Hay otras relaciones que duran un poco más en el tiempo. Éstas parten de una elección común, de intentar caminar juntos, pero se enfrentan a múltiples incompatibilidades por falta de entendimiento o por incapacidad para superar obstáculos y se quedan en el camino.

3. También hay otras parejas que van adquiriendo un mayor compromiso, basado en un proyecto común y cierto sentido y significación en la relación que los vinculan.

4. Finalmente, están aquellas relaciones que permanecen en el tiempo, por diversas razones que los unen, siendo una de ellas la posibilidad de reconocer al otro en su complejidad, aceptando las razones que cada uno por separado da al sentido de su propia existencia. Y aún dan un paso más, aman la vida que sostiene a ambos y, a pesar de ellos mismos. Aprenden a amar la manifestación de la vida en el otro/a.

En términos generales, anhelamos un vínculo que nos reporte pertenencia, intimidad, sexualidad y crecimiento; estos deseos se proyectan en una buena relación de pareja. Sin embargo, en la mayoría de las relaciones, más que ver al otro como alguien de quien aprender y a quién descubrir con interés, es fácil caer en la demanda y exigencia de que el otro/a cumpla con las expectativas de un «ideal de pareja», que llene los vacíos personales, las carencias afectivas o una clase de amor malentendido. Desde esta perspectiva, le estamos atribuyendo a la pareja la responsabilidad de cubrir las necesidades personales, más allá de lo que realmente le correspondería, porque es fácil confundir una mutua gratificación, con una demanda excesiva de que el otro/a resuelva aquellos aspectos que son realmente una responsabilidad propia. Lo que si es posible, es acompañar y apoyar al otro/a en su desarrollo personal. Para ello, a veces es necesario una sincera ayuda, o una retirada momentánea; otras, manifestar nuestras inevitables limitaciones, o sencillamente el silencio.

Somos habitados, en muchos momentos, por las propias exigencias, demandas caprichosas, miedos, culpas, o berrinches, proyectándolos en el otro/a. No existe una única solución aplicable a todas las problemáticas, cada persona tiene una forma particular de funcionar, por lo tanto, es necesario tratarla con respeto, ya que la incomprensión tiende a oscurecer la manifestación de sus aspectos más auténticos.

Cuando se inicia una nueva relación de pareja cada uno/a llega con un material en bruto, hecho de sensaciones, de subjetividad, de un determinado sistema de creencias, de una interpretación sesgada por la primacía de las necesidades hegemónicas, de la historia de una niñez. Con frecuencia, dichas necesidades, no se corresponden en la actualidad con los hechos objetivos, sin embargo, tienen la cualidad de experimentarse como si existieran realmente. Por ejemplo, creerte pobre, aún teniendo bienes materiales suficientes para vivir, tener miedo, a pesar de que no existe una amenaza real, sentir la carencia afectiva y soledad, aunque estés rodeado de personas que realmente te quieren, o tratarte con autodesprecio, a pesar de ser una persona valiosa a los ojos de los demás.

En estos casos, hay un desajuste entre lo que se siente y lo que ocurre externamente, un desajuste provocado principalmente por la visión distorsionada de la necesidad hegemónica, es decir, la demanda de un tipo de necesidad que está influyendo negativamente en la relación, precisamente porque aún no está resuelta a nivel personal. No es fácil admitir que quizás ese tipo de necesidad nunca se resolverá de la forma que imaginamos, es decir, no se va a encontrar «la solución perfecta para nuestras carencias profundas» ni se va a materializar «la idealización de cómo nos gustaría que fuera nuestra vida en pareja» Es más, son precisamente esas creencias mágicas, lo que nos impide tener una visión más coherente de aquellos hechos que son verdaderamente reales. Es también cierto, que una elevada dosis de objetividad puede llegar a obviar los sueños y minar las ilusiones. Por eso, es todo un desafío en la relación de pareja reajustar estos dos principios: El contacto con la realidad actual propia y la del otro; y la posibilidad de transformación en la dirección deseada. De este modo, la relación en pareja, se puede convertir en una aventura digna de ser vivida.

Si compartimos la idea de que vivir en plenitud sólo depende de la conexión íntima con nuestro ser interior, entonces surge la paradoja de que la pareja no puede realmente hacernos feliz. Es una cuestión a considerar, que tanto con pareja como sin ella, podemos ser felices, siendo la vida en pareja una de las formas donde la plenitud supone tanto la aceptación de las luces y las sombras propias, como las del otro. Tampoco se trata de «te entrego todo», porque la propia existencia no se puede entregar, es irremediablemente personal, vinimos a este mundo solos y nos vamos solos; y mientras tanto nos acompañamos y nos relacionamos para no sólo ser, sino quizás llegar junto con el otro/a a ser más…

¿Será que el sentimiento de plenitud se agranda cuando se comparte? ¿Será que es necesario estar en paz con las figuras paternas y familiares para sentirnos más libres en la relación? ¿Será que el principio de realidad no se basa en la demanda de que el otro me haga feliz, sino en que mi propia felicidad aumenta si el otro es feliz?. Tal vez, podamos concluir, que el deseo de lograr la felicidad en la relación de pareja tiene varias caras y encierra algo de misterio… A veces, el sentimiento de amor hacia el otro se esconde o se desvela, se fortalece o debilita, sostiene o abandona, haciéndonos evolucionar o involucionar… Sin duda, la relación en pareja, se puede considerar uno de los ámbitos humanos donde puede germinar la semilla del crecimiento personal.

Francisca del Pino

Psicóloga Social, Terapeuta Familia y pareja

francisdel@hotmail.com

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6,4 minutos de lecturaActualizado: 20/08/2017Publicado: 24/05/2013Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , , , ,

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