Nadie necesita más unas vacaciones que quien acaba de tenerlas
Evan Esar

Siempre creí que las principales pasiones humanas eran solo nueve. Las siete que correspondían a los antiguos pecados capitales que nos enseñaban en los colegios católicos (ira, orgullo, envidia, avaricia, gula, lujuria y pereza), más la vanidad y el miedo. Puede ampliarse esta información en “Las pasiones capitales. Iniciación heterodoxa al eneagrama”, última novedad de la editorial Mandala, que firmaré en la Feria del Libro de Madrid.

Últimamente he descubierto la décima: la pasión de las vacaciones. Una pasión es una emoción que nos arrastra, oscurece nuestra racionalidad y nos descentra. Hace ya algunas décadas que en los países desarrollados se va instalando como un virus la necesidad compulsiva de un cierto tipo de “vacaciones”, olvidando su etimología y origen.

“Vacare”, en latín, significaba hacer una excepción, estar libre, desocupado, vacío… “Vacuum” es un espacio vacío que nos remite al “horror vacui” o miedo al vacío. Aunque parezca mentira, algunos consultantes me han confesado su terror ante un fin de semana o unas vacaciones por carecer de expectativas y planes. Preferían los días de oficina. Parece que olvidaron épocas que no vivieron.

Hace siglos, los jueces se reservaron días en los que no ejercerían su labor, porque no podían tener ecuanimidad si no descansaban. A los campesinos se les permitió posteriormente que durante los dos meses de mayor trabajo agrícola no pudieran ser citados a declarar.

Zygmunt Bauman, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, afirma que muchos buscan la utopía en un pasado idealizado, pues el futuro se presenta demasiado incierto para proyectar sueños y esperanzas.

Surgen los tradicionalistas acérrimos, a veces disfrazados de nacionalistas excluyentes, que se aferran a un “pasado sólido, macizo e inapelablemente fijo” ya que no pueden moldear el futuro a su gusto. Y se regresa a la tribu, al seno materno calentito. A esto me recuerdan las playas abarrotadas de cuerpos sudorosos, pegados unos a otros, en una especie de placenta calentita que induce a la indolencia y la modorra.

Es obvio que se necesita reposo, cambios, tomar distancia, pero “descansar demasiado es oxidarse”, afirmaba Walter Scott, el prolífico escritor, precursor de la novela histórica moderna. Al igual que los compositores, pintores y artistas en general, los escritores han sido siempre conscientes de la necesidad de dejar de escribir para inspirarse. Como afirmaba John Steinbeck, “el arte del descanso es parte del arte de trabajar”.

Sin embargo, en la actual sociedad de consumo masificada, para una inmensa mayoría, ni el trabajo ni el descanso es un arte. Se han convertido en un “ganapán” con el “sudor de la frente”, los músculos, las neuronas, el aburrimiento o el estrés. Se venden horas de vida para comprar horas de vida. Muchos sueñan con la lotería, una herencia, la jubilación…, es decir, dejar de hacer tareas que generalmente no son vocacionales. Y se cambia vocación por vacación. Vacaciones masificadas, en paquetes turísticos.

Una minoría, cada vez más numerosa, escapa a casas rurales, rincones poco transitados, estancias con talleres de ocio y desarrollo personal. Pero a todos les resultan cortas estas escapadas, que se antojan pequeños recreos o asuetos, para poder volver a producir en la gran rueda del sistema.

Y muchísimos parados, tienen periodos forzosos de “lunes a domingos al sol”, porque no tienen otro remedio. Pero los “afortunados” con un empleo, aunque sea mal pagado, podrían pensar con el gran matemático y filósofo Bertrand Russell que “el ser capaz de llenar el ocio de una manera inteligente es el último resultado de la civilización”.

 

Alfonso Colodrón
Terapeuta Transpersonal y Gestalt
Alfonsocolodron.es