Son muchos los que afirman buscar la belleza denodadamente y encontrarla tan solo en algunos enclaves, circunstancias o personas; ¿quién no está plenamente reconfortado admirando la maravillosa estampa de un bosque otoñal? Incluso me maravillo yo estos días de diciembre tan solo con ver los suelos de Madrid inundados de hojas ocres, naranjas y amarillas, una huelga nos ha regalado este tesoro, ¿quién lo diría?
El problema de nuestro sufrimiento parece ser una cierta incapacidad para conseguir conectar de manera perenne con la belleza sin más que anida en todo lo que nos envuelve, que trasciende el objeto mismo, que se expresa a través de calma, contento y equilibrio en la persona.
La ciencia ha comenzado a apuntar hacia un Todo indivisible, donde las aparentes partes están interconectadas y son interdependientes. Solo el ego, a través del pensamiento y una crepuscular consciencia, lo compartimenta y rotula. ¿Será que la belleza está en ese Todo? ¿Será que la capacidad de ser feliz anida realmente en cualquier momento y circunstancia? De ser así, no solo será bello el rostro de un bebé; también el del vecino o el jefe que me reprocha cosas constantemente. Si estoy frente a un lago, puede existir igual belleza que la que se esconde en un atasco de tráfico en hora punta, como bien sabe mi alumno y amigo Rafael que los sufre a diario y jamás desconecta de su santosha o contento interior. Si asoma una sonrisa o una lágrima, hay belleza; captar eso es difícil, pero no imposible, a medida que uno se ejercita en el arte del Yoga y la meditación.
Es inspirador acercarnos a la naturaleza y a seres afables, sabios o puros, pues eso es sin duda alimento para el alma y nos ayuda a reconectar, pero no podemos huir ni del cambio, ni de las cosas tal y como son en cada instante. La actitud correcta, basada en el desapego y un cambio de perspectiva, será necesaria; la desidentificación con la mente es fundamental.
Por eso, meditar, no en el sentido de técnicas con nombre, sino en el estado al que esas prácticas te acercan, es encontrar la belleza. La belleza permanente, ese nuevo espacio de discernimiento que surge y que aniquila el descontento, el desánimo, la apatía, la ira, la ansiedad y la codicia, son la “fealdad de lo ilusorio”. Cuando no hay expectativa, la belleza lo inunda todo.
Si trascendiéramos nuestras creencias, la dualidad del pensamiento y los condicionamientos del ego, si conectáramos con una frecuencia más elevada que lo contiene todo, no habría mucha diferencia entre lo que interiormente se siente al estar delante de una preciosa montaña nevada al caer la tarde, donde el blanco de la nieve parece fundirse con el dorado fuego del cielo en el ocaso, o si estoy en un hospital acompañando a un apenado y doliente familiar a quien quiero mucho. En este último caso hay dolor, pero puede verse como parte de esa bella totalidad que es la vida que tanto amamos; gran parte del sufrimiento cesa, porque una vez que se ha encontrado la belleza, no es algo de lo que te puedas desprender. Es como quitarte un abrigo; una vez que te has unido a ella, te acompañará siempre, será tu segunda piel que, como la primera, no puede ser despegada y siempre te protege.
Es más, yo diría que ya hay belleza por el simple hecho de darnos cuenta de las cosas. La consciencia es parte de la belleza del Universo, y el agradecimiento por albergar esa consciencia te catapulta a sentir lo bello de la vida sin fragmentación, sin elección.
El yoga nos ha ayudado a muchos a instalar cada vez con más fuerza esa percepción de belleza dentro de nosotros. Cuando meditas cada día, es como si desempañaras las gafas del deseo y el rechazo, permitiéndote ver nítido el paisaje de la vida con sus diferentes y cambiantes escenas, desde una aceptación del dolor y una acción compasiva.
Seguramente hay otras vías, otros caminos, pero ninguno deshace mejor los nudos del ego, del pensamiento y de la tortuosa carrera hacia ninguna parte a la que a veces parece predestinarte tu mente.
Carl Jung decía que el que mira fuera sueña y el que mira adentro despierta. Habría muchos matices aquí, pero ese mirar dentro es la meditación, despertar del sueño de la distinción entre los opuestos y captar la realidad de total unidad; eso sí que es bello de verdad.
Solo quien va conectando con esa belleza sin objeto, siente paz, alegría y amor incondicional en todo momento y por todo lo existente, incluso cuando siente dolor.
La alquimia de la meditación ha estado surtiendo su efecto por milenios, cesando el sufrimiento añadido por la ignorancia básica de la mente. Ese efecto no es para ser explicado con palabras, sino para ser sentido desde la sadhana, la práctica personal regular. Nadie debería juzgarlo o negarlo sin haberlo experimentado antes.
Dedico este artículo a mis queridos alumnos, quienes con su práctica incesante perciben en mayor grado esa belleza de la Unidad que se esconde tras cada instante, rostro y lugar.
Samadhi bhavanarthah klesa tanukaranarthasca
“La práctica del Yoga reduce las aflicciones y conduce al Samadhi (Unidad)”
Yoga Sutras II.2 Patañjali
Violeta Arribas Alvarez
Profesora de Yoga y Meditación.
Formadora de profesores de Yoga.
Directora del centro PADMASANA