La espiritualidad es la percepción de lo divino en la vida, la conexión y relación con lo eterno y verdadero en nosotros mismos y en todo lo creado. Es una posición consciente que reconoce a Dios en todo. Todos tenemos una espiritualidad que es natural, que es propia, un derecho y patrimonio de toda persona en el mundo.
Es una visión sagrada y una expresión consciente de la vida. Es unificadora porque viene de la conciencia, inherente a todo ser pensante que la manifieste: el contacto directo con Dios dentro de sí, en la naturaleza, en los demás; descubrir lo sagrado de la vida, manifestar los valores internos, tanto humanos, espirituales como medioambientales. Todo eso es parte de nuestra espiritualidad.
Aunque la espiritualidad tiene sus prácticas la espiritualidad no es una práctica. Tiene ritualística y podemos escoger la que mejor resuene por su frecuencia vibratoria. Es más fácil vivirla que lo que nos podemos imaginar.
La base del ser humano es la familia, por lo que en ella no debe faltar la relación con Dios. Pero hay personas enfadadas con las religiones o con alguna filosofía o con otras personas: así tenemos a alguien dolido, desilusionado, que niega esa parte tan importante de la vida que es la espiritualidad. ¿Qué haremos para recuperarnos nosotros mismos y para recuperar esos valores que en nuestras familias hemos perdido al sacar a Dios de ella?
El patrimonio familiar que recibimos al nacer es un conjunto de valores, principios y normas de vida, creencias y costumbres, más una programación ancestral. La familia es un espacio único de aceptación y amor para los que llegan: les da un sentido de pertenencia, sentirse parte de… Cada miembro de la familia tiene una gran importancia en la transmisión de la vida.
Revisemos, ¿estamos enseñando valores a nuestros descendientes, la diferencia entre un valor y un antivalor? Es muy necesario. Si no queremos enseñarles religión a los hijos, ¡enseñémosles la espiritualidad! Tolerante y abierta, no desde las creencias sino viviendo y practicando los valores humanos y espirituales.
Nuestros hijos se quedan, no con lo que nosotros les decimos sino con lo que hacemos; traspasemos ese ejemplo a ellos y vivamos la espiritualidad. Dediquemos tiempo de calidad a la familia para que puedan tener vivencias que les reafirmen ante la influencia del entorno, de los amigos, de la sociedad, es una responsabilidad ineludible.
Las fiestas familiares deben tener una razón de fondo que deje algo positivo en el orden de los valores y virtudes: amistad, alegría, diálogo, reencuentro. Algo que realmente haga que la familia avance en conciencia y valores.
También es acertado definir un lugar especial en el hogar para el silencio, la paz, la meditación, la lectura de libros transcendentes. El hogar como un refugio, un santuario.
Una pregunta, para pensar, sentir ¿cuál es el valor predominante que está transmitiendo a su familia? Ese que le caracteriza y que es su misión traspasarlo a los demás.
Ampliando el concepto de familia a una comunidad, a una nación, a un continente, a todo el planeta, cada vez somos más personas que, no solo cuidamos a los nuestros, sino también a los demás, que son nuestros también.
Irmgard Radefeldt
Presidenta de FIADASEC