A lo largo de muchos años y más de cien viajes a diversos países asiáticos, he ido recopilando un gran número de cuentos e historias espirituales que he publicado en varios libros, siendo el más completo «Los Mejores Cuentos de Oriente y Occidente», con la editorial Kailas.
Los grandes maestros han recurrido, desde tiempos muy remotos, a estas historias en su afán por mostrar enseñanzas, actitudes y claves para el autodesarrollo y el despertar de la consciencia. Estas historias dicen a menudo y en muy pocas palabras más que tratados enteros de metafísica o filosofía. Son ocurrentes, sagaces, amenas y capaces de servir como herramienta para abrir el ojo del entendimiento claro o provocar a la mente golpes de luz que ensanchan la comprensión. Son muy variadas, anónimas y ofrecen distintos niveles de lectura.
Mi buena amiga Feliciana García, editora de esta revista, me sugirió que fuéramos incluyendo parte de estas historias, que las hago seguir de una reflexión mía a la que el lector puede añadir la suya propia.
COMO UN MUERTO
Era un maestro que sólo tenía un discípulo al que impartía enseñanzas espirituales. Se había percatado de que el joven era desmesuradamente afectable a los juicios ajenos sobre su persona. Cierto día le dijo:
– Querido mío, quiero que te acerques al cementerio y una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, les grites a los muertos toda suerte de halagos.
Así lo hizo el discípulo y, al regresar junto al maestro, éste le preguntó:
– ¿Qué te han dicho los muertos?.
– No dijeron nada, maestro.
– Pues quiero que vuelvas al cementerio y les grites a los muertos toda clase de insultos.
Así lo hizo el discípulo. Al regresar, el maestro le preguntó:
– ¿Qué te han dicho los muertos?
– No han dicho nada
Entonces el mentor dijo:
– Así debes ser tú ante el halago y el insulto: indiferente como los muertos.
REFLEXION:
Cuando uno tiene una equilibrada autovaloración, no se deja tanto afectar por las opiniones ajenas, ni está pendiente obsesivamente de si le consideran o le desconsideran, le aprueban o le desaprueban, gusta o disgusta, le alaban o le insultan. Uno no se siente fácilmente agraviado u ofendido cuando está en su centro y no tiene carencias emocionales que le resientan ante el juicio de los otros.
La gente, por lo general, está presta a juzgar y si llega el caso a calumniar o difamar, utilizando la lengua como un estilete para herir a los otros.
Buda declaraba: «Los demás me insultan, pero yo no recibo el insulto». También: «El mundo discute conmigo, pero yo no discuto con el mundo». Fue él también quien aseveró: «No ha habido nunca nadie al que unos no alaben y otros no insulten». Incluso los que hoy te alaban mañana pueden insultarte o viceversa. Hay que desplegar la ecuanimidad y ser, sí, como un muerto ante los elogios o insultos de los otros.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor
Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak
Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak