Todavía hoy en día, por fortuna, las mejores cosas son gratis… aunque no sabemos por cuanto tiempo.

Sensaciones tan inspiradoras y reconfortantes como sentir la brisa del aire, la profundidad de una caricia o el cálido abrazo de un ser querido, departir con los amigos o darse un apacible paseo al atardecer. Momentos tan plenos como los lentos y sagaces movimientos de nuestro gato o saturarnos del aroma del jazmín. Sensaciones tan agradable y revitalizantes (y que tanto me deleitan) como respirar profunda y voluptuosamente, estirarse como un felino, relajarse y sentir vivo, pero suelto, cada músculo del cuerpo, y poder cultivar el silencio interior y la meditación para vivir la realidad interna que nadie ni nada nos puede arrebatar.

 

Hay un antiguo adagio que reza: «Hasta en la nube más oscura hay una hebra de luz».

Y aún en una sociedad tan convulsa, competitiva, estresante y, a menudo, cruel como la nuestra, se puede encontrar el refugio interior aprendiendo a parar durante unos minutos y a conectar con el propio punto de quietud. Nada tan placentero como el arte de ser uno mismo, como ser activo sin agitación, como conseguir vivir sosegado entre los desasosegados y con compasión entre los que odian.

¡Cuánto deleite en saber valorar lo que tenemos y no estar siempre anhelando de lo que carecemos y angustiándonos con expectativas inciertas de futuro que tanta ansiedad nos originan! ¡Cuánto goce, hay, sí, en vivir nuestros propios deseos naturales y no los deseos de los otros, ni los deseos artificiales y prefabricados que tratan de contagiarnos o imponernos! ¡Cuánto placer en el incesante aprendizaje para ser prudente -en una sociedad donde muchos utilizan la lengua como un estilete para herirse- y ser uno mismo cuando esa misma sociedad quiere uniformarnos y manipularnos!

Pero el placer debe ser sereno y a la vez intenso, sosegado y vital. Y para conseguirlo no debe ser en detrimento o perjuicio de las otras criaturas. Tiene que ser desde el desapego, la generosidad y el ánimo de compartirlo con los demás. El deleite deja de serlo cuando es fuente de aferramiento, codicia, espíritu calculador o rentabilizador y obsesión.

Cuando el placer está asociado a la virtud es sabiduría, y el goce se convierte en gozo. ¡Qué placer esencial saber fluir armónicamente con los acontecimientos, sin inútiles conflictos o resistencias, viviendo cada segundo como si fuera el primero y el último, en apertura y sin corazas psíquicas!

Entonces el placer se va convirtiendo en dicha profunda y, como declaraba Buda, «no hay mayor felicidad que la paz interior» Cuando estamos receptivos, las pequeñas cosas, que son las grandes, son más amables. Cada instante tiene su gloria y el placer también es el arte de saber vivir aquí y ahora, con la mente lúcida y el corazón tierno. Como decía a menudo mi hermano Miguel Angel, en nuestras frecuentes intervenciones en radio promoviendo actitudes humanistas: «El mayor de los secretos estriba en elevar a la categoría de sublime lo que aparentemente es rutinario.» Y si, además de ello, vivimos en unidad y equilibrio, hallaremos mucha calma y un revelador sentimiento de libertad interior… ¿Puede haber mayor placer?

Ramiro Calle

Director del Centro de Yoga Shadak y escritor

www.ramirocalle.com