Siempre me resulta curiosa la resistencia que tenemos muchas personas a pedir ayuda cuando de nosotros mismos se trata. No cuestionamos llamar al fontanero si tenemos un problema con los grifos, o a un taxista si necesitamos que nos lleven a algún lado; tampoco dudamos en apuntarnos al curso de macramé o de cocina, si eso es lo que nos apetece aprender. Pero acudir a un Psicólogo para resolver un tema que nos preocupa, para que nos ayude a gestionar nuestros miedos, o simplemente porque no encontramos nuestro camino en la vida… no eso no.
De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda, probablemente por influencia americana, el tener a distintos profesionales en nuestra esfera vital. Por ejemplo, al peluquero, la asesora de imagen, el entrenador personal ¡y al coach! Por favor, no os quedéis en el género de los profesionales que ha salido de forma aleatoria y fijaos en el último profesional: el coach.
Particularmente, no tengo ningún problema en que el coach sea un profesional destacado y relevante en nuestras vidas; para algo soy coach debidamente certificada. Sin embargo, me ocupa y me preocupa (que son cosas diferentes) que tener un coach personal sea un signo de prestigio y clase, mientras que tener un “psicólogo personal” sea algo para ocultar y compartir únicamente con los más íntimos.
¿De dónde creemos que han surgido la mayoría de teorías y planteamientos del coaching? De la Psicología. En gran parte son simplificaciones o caminos abreviados de tratamientos terapéuticos diseñados y avalados por la investigación científica en Psicología.
Y aquí es donde surge el gran riesgo cuando se ponen en manos de personas que no saben qué es lo que hace funcionar estas técnicas, ni qué es imprescindible mantener y qué podemos cambiar. Al no entender su funcionamiento pueden distorsionarse hasta tal punto que no logren los resultados de cambio deseados en el cliente, o lo que es peor, que hagan daño. Sí, porque un coach puede hacer tanto bien, como mal si no utiliza bien las técnicas adecuadas con su cliente, o si no sabe establecer los límites que su conocimiento no debe traspasar.
Dice la sabiduría popular española eso de “zapatero a tus zapatos” y lo dice bien. Sin embargo, unos y otros nos confundimos a menudo. Los clientes porque no acudimos al profesional adecuado, los profesionales porque no siempre conocemos bien nuestros límites, máxime cuando nuestra profesión está de moda y carece de todo tipo de regulación legal.
Pero la Psicología sí que está regulada y legislada por el Estado, las Comunidades autónomas y los Colegios profesionales; sus técnicas y tratamientos están avalados por siglos de evidencia clínica y de investigación científica. Lo único que nos separa de emplear al máximo sus beneficios son los prejuicios sociales, culturales y personales. Así que la pregunta es: ¿quiero aprender a gestionar mis pensamientos y mis sentimientos? ¿quiero ser feliz? ¿quiero curar mi depresión, o mi ansiedad, o mi miedo a la vida… y a la muerte? Si la respuesta es que sí, el profesional más adecuado es un psicólogo.
Dando un paso más, en mi opinión debería ser de “prescripción facultativa” acudir a un psicólogo ante diagnósticos que ponen en riesgo la vida como el cáncer o las enfermedades cardiacas o pulmonares. Nos beneficiaríamos en áreas tan importantes como:
- Calidad de vida.
- Estado de ánimo.
- Estilo de afrontamiento y sensación de control.
- Adaptación física y funcional.
- Adherencia al tratamiento médico.
- Comunicación con el equipo médico y los familiares/cuidadores.
Por ejemplo, hasta un 70% de las personas diagnosticadas de cáncer necesitan la ayuda de un psicólogo en algún momento del proceso de su enfermedad… pero la mayoría de las personas ni la buscan, ni la reciben. ¿Mi consejo? Pon un psicólogo en tu vida.
Olga Albaladejo Juárez
Socia fundadora en Salmah, Centro oncológico integrativo y participativo.