¿Amar o ser amado?
El amor es un árbol, los amantes, su sombra.
Toda una vida sin amor no cuenta.
El amor es el agua de la vida.
¡Bébela con el corazón y con el alma!
(Rumi)
Amor que se persigue, amor que nos abandona, amor que nos rodea. A menudo, la palabra “amor” se encuentra devaluada por los equívocos y creencias que la acompañan. Y sin embargo, este concepto representa una necesidad biológica y un sentimiento imprescindible, a pesar de ser utilizado, a veces, de forma disfuncional.
Humberto Maturana, un biólogo chileno de renombre, ha profundizado en cómo los sistemas sociales se organizan y ha llegado a conclusiones fundamentales: la vida y su evolución son un constante proceso de eliminación y conservación. Este ciclo de “errores” y “aciertos” ha generado funciones y sistemas que responden a la necesidad de supervivencia, reproducción y, en última instancia, felicidad. Los humanos serían biológicamente amorosos por naturaleza. A medida que las sociedades evolucionaron, el amor pasó a ser un fenómeno social.
Nosotros, los humanos, tenemos una singularidad: no nos limitamos a tener relaciones sexuales con fines reproductivos. Nuestro deseo de comunicación nos impulsa a buscar conexiones profundas. Aunque la presión social a menudo asocia el amor con enamoramiento, noviazgo y matrimonios duraderos, esa es solo una parte del vasto paisaje del amor.
Aquí es donde se agravan las paradojas. De acuerdo con Bruce H. Lipton, especialista en la intersección entre ciencia y espiritualidad, nuestras decisiones consciente y subconsciente pueden estar en conflicto. Este desajuste puede llevar a elecciones que no nos benefician (vea el efecto “luna de miel”, escrito por Ed, Palmyra). El amor, en su forma más pura, debe integrar energías en una colaboración constructiva que genere felicidad y bienestar. Se ha probado que enamorarse puede activar circuitos cerebrales similares a los que desencadena una adicción a las drogas, generando un estado de dependencia emocional tanto como físico. Esto convierte al enamoramiento en un viaje alterado; rara vez resulta en una ampliación de la visión si no estamos dispuestos a abrirnos a la realidad.
Esther Perel, experta en terapia de pareja, aborda una problemática común: “La infelicidad a menudo proviene de buscar sustitutos erróneos al amor.” La relación sexual satisfactoria se basa en un delicado equilibrio entre la necesidad de seguridad y la sorpresa, dado que la rutina puede sofocar la pasión. Un ejemplo excepcional son Mario Muchnik y su esposa Nicole, quienes, después de más de 50 años de casados, aún encuentran la ternura el uno en el otro.
Redefinir el amor se convierte en un imperativo: un espacio de seguridad y pertenencia que promueve la libertad y el desarrollo personal. Para que el amor pueda florecer, es imprescindible cultivar la autoestima y la admiración. Sin admiración, el amor se convierte en intercambio y no en entrega genuina. La cultura ha tergiversado este ideal, vinculando el amor más a la compasión que a un deseo auténtico de dar y crecer juntos. Creencias arraigadas de la infancia contribuyen a esta confusión, obligando a muchos a buscar amor donde no existe genuinamente.
En mi experiencia personal, a menudo me enseñaron a elegir a una pareja en función de la aceptación, no del deseo mutuo. Esto a menudo dejaba de lado aspectos esenciales como la entrega y el compromiso. Aprendí que el amor es una elección, una decisión consciente de amar lo verdadero y significativo. Esta libertad de amar permite trascender la soledad, alcanzando un estado de igualdad y apoyo mutuo en el que las dos partes pueden ser verdaderamente felices.
La danza de Nicola Lehay y Jame O’Hara en “Valtari Mystery Film Experiment” ilustra esta conexión mutua. Imagina mi experiencia en una lejana isla de Tahití, donde la puesta de sol y el silencio resonaban con una sensación de libertad, pero también de soledad. En ese instante, entendí que la libertad es vacía si no se comparte. Lo que anhelamos no es una “prisión de amor”, sino lo que Jalil Gibran expresó: “El amor es la única libertad en el mundo”.
Como dice Tich Nhat Hahn, “No hay ninguna religión, filosofía o ideología superior a la fraternidad”. Esta fraternidad es la expresión más pura del amor de pareja; de dos naranjas completas que ofrecen al mundo su jugo, juntos crean algo más grande. Vivir el amor con esta comprensión es el verdadero viaje que nos transforma y nos enriquece.