Veníamos de una sociedad autoritaria y hemos terminado en una sociedad permisiva. A finales del pasado siglo cualquier pensamiento radical resultaba anticuado, y el derecho a la felicidad a través de la satisfacción de nuestros deseos más inmediatos se convertía en nuestra nueva religión. La psicología se embarcó en el relativismo posmoderno transformando la existencia en un asunto emocional y por lo tanto estrictamente

subjetivo. El individuo quedó encerrado en una burbuja «psi» en la que debía autorrealizarse y hacer crecer su autoestima, independientemente del coraje que desarrollara en su día a día y de la calidad moral de sus decisiones. Se ha especulado tanto con la actitud positiva y la autoestima como con el precio de la vivienda: sólo podían y debían subir; es la vida entendida como perpetuo crecimiento, como ir siempre «a más». Lo cierto es que olvidarnos de buscar la valoración personal y comprometer nuestros esfuerzos con algo que nos trascienda, es la actitud más sana que podemos tener. La psicología sin moral, la autoestima sin disciplina, la felicidad sin compromiso…, son algunos de los conceptos que nos vemos obligados a superar si queremos seguir adelante.

El narcisismo exacerbado por la sociedad de consumo nos ha vuelto débiles y nos ha privado de nuestra libertad. El fin de la comunidad ha dejado a la persona pendiente de sí misma y sus sentimientos, cuando nada te hace más vulnerable a la depresión que estar centrado en tu propio mundo emocional. Y tenemos una epidemia. Ante el vacío de proyecto, el amor romántico o la maternidad se convierten en una obsesión. Miles de personas en este mundo «desarrollado» padecen un subdesarrollo intelectual que les lleva a no saber qué hacer con su tiempo. Buscar la pareja ideal consume horas y horas, lágrimas y lágrimas…, se vuelve difícil mantener la esperanza en que eso vaya a dar sentido a la vida, pero siempre hay algún mensaje publicitario dispuesto a levantar el ánimo inútilmente. Con la crianza se está produciendo un proceso similar, ahora respetamos más que nunca los derechos del niño y somos mucho más conscientes de lo fundamental que es nuestro apoyo emocional para su desarrollo humano; pero a la vez es indudablemente peligroso poner tantas energías en la vida de otro, ¡incluso en tu hijo! El cuidado extremo que esto implica es la mejor coartada para evitar enfrentarse al mundo y nuestra finita existencia, tantas veces insatisfactoria, perpetuamente por hacer. Padres y madres tan bienintencionados como negadores del lado más duro de la vida abrazan teorías buenistas en las que la autoridad es vista como el demonio, prometiendo implícitamente a sus hijos el mundo con el que todos soñamos y por el que tan pocos luchan de verdad.

¿Dónde se han metido los héroes?, ¿alguien quiere serlo o educa a su hijo para ello? No, queremos heredar y que los nuestros sean herederos, sólo nos importa estar a salvo.

A nivel psicológico la sobreprotección también es un desastre. Si no enseñamos a nuestros hijos a obedecer y a adaptarse a nuestras necesidades, estamos impidiendo que desarrollen su capacidad empática y que ejerzan el músculo de la frustración. Ambas habilidades son adquiridas, no tienen nada de naturales, por lo que no se van a desarrollar de forma espontanea con el paso de los años.

Estos padres atormentados por sus propios esfuerzos también se nutren de un sueño de perfección romántica muy del gusto de esta sociedad nuestra, en el fondo tan desesperanzada. Quien mucho sueña en poco cree, y necesitamos creer en nuestra enorme capacidad adaptación al cambio, basada tanto en nuestra creatividad como en nuestra voluntad de hierro. El hombre que inventó la balsa no se quedó mirándola, se lanzó al mar y persistió hasta llegar a la otra orilla.

Desarrollar la creatividad está de moda, pero ¿y desarrollar la capacidad de sacrificio? La fortaleza personal está directamente asociada con la fuerza de voluntad y esta con la capacidad de soportar la frustración para perseguir metas que no implican una recompensa inmediata.

La persona fuerte se compromete y sabe trabajar con los demás para sostener y crear realidades que le importan más que su propia comodidad. La persona fuerte colabora de muchas formas con el bien común, poco tiene que ver con el ficticio modelo de hombre hecho a sí mismo que nos han vendido, mucho menos aun con el emprendedor solitario. Sin voluntad no hay auténtica libertad, pues esta se basa en la capacidad de obedecerse a uno mismo y por lo tanto ser consecuente con las decisiones tomadas.

Buscamos tanto el amor que ya no sabemos lo que es. Amar es implicarse con personas tan reales como insatisfactorias, mantener los vínculos más allá del conflicto, aprender a valorar lo que sí nos da cada persona. Amar es renunciar al ideal del amor y esforzarnos por entender al otro.

Amar es no pedir tanto, no querer tampoco darlo todo, es renunciar a la totalidad, bajar a la tierra e ir de la mano. Cualquier relación estrecha acumula con los años sentimientos incómodos, se acumula el rencor de tantas expectativas frustradas… y es normal, y no pasa nada, no querer solo quererse es la mejor manera de poder seguir haciéndolo. Lo importante es si juntos hacemos cosas bellas. La verdadera emprendeduría está basada en la ilusión realista y compartida que busca su realización en el día a día.

Debemos recuperar también el amor a la buena vida, una vida que para Edgar Morin debe cumplir los siguientes requisitos:
• La sustitución de la alternancia anímica depresión/excitación por la dualidad serenidad/intensidad.
• La integración de las necesidades de autonomía con las necesidades de pertenencia a una comunidad.
• El desarrollo de nuestra capacidad de empatía y convivencia.
• La conjunción de los valores masculinos y femeninos en nuestra identidad y en el medio social.
• La recuperación del sentido estético en nuestras vidas: naturaleza, belleza, poesía, arte, juego…

Hace millones de años el ser humano se lanzó al mar en busca de una mejor vida, muchos de nuestros hermanos aun se ven obligados a hacerlo.

Siempre hemos buscado ser mejores y vivir mejor; lo que hemos descubierto después de tanta sangre derramada a lo largo de la historia, es que es imposible conseguirlo a costa de los demás, sacrificar al otro para «crecer» es el camino a la perdición. Estamos en el tiempo de despertar, y de salir de nuestras casas para defender a nuestra familia, la especie humana.

Susana Espeleta
Psicologa colegiada
Psicoterapeuta Individual y de Grupo
S_espeleta@yahoo.es