En la moderna sociedad industrial, la enfermedad no se considera un lenguaje, ni un camino, ni tan siquiera se le otorga un sentido, al contrario que en la sociedad arcaica, en la que los hombres se interesaban por el sentido más profundo, no sólo de las enfermedades, sino básicamente de todos los acontecimientos. Entre nosotros ni siquiera se concibe la enfermedad como algo esencial, se considera más bien un hecho repulsivo, que irrumpe en nuestra vida de forma más o menos casual. Por ello, hablamos sin reparos de enfermedades, en plural, lo que en sí no tiene más sentido que hablar de «saludes». Las personas sanas, por lo tanto, existen únicamente en los libros de anatomía y demás textos médicos, pero con toda seguridad no en el mundo de los opuestos.

Desde el enfoque bélico de la medicina convencional, el médico se alía con el paciente contra los síntomas, e intenta suprimirlos lo antes posible.

Esta actitud combativa de la medicina alopática se refleja en las denominaciones como «anti», «bloqueantes» e «inhibidores» por ejemplo, antidepresivos, betabloqueantes, etc.

Desde la perspectiva esotérica, que describiré a continuación, se sigue lo contrario: El médico se alía con los síntomas y determina qué le ocurre al paciente para que necesite precisamente estos síntomas. Se otorga así importancia a cada síntoma.

El médico interpreta los hallazgos y diagnostica, por ejemplo, «neumonía». La cuestión ahora es, ¿por qué el médico deja de interpretar precisamente cuando su trabajo se vuelve esencial para el paciente? Podría proseguir sin más en la eficaz dirección tomada, y preguntarse, por ejemplo, por el significado del pulmón y de la inflamación. El tema del pulmón es el contacto y la comunicación. Es responsable de la modulación del aire exhalado. La neumonía es, por lo tanto, un conflicto en el ámbito de la comunicación. La acumulación de neumonías en las Unidades de Cuidados Intensivos lo demuestra terminantemente. El fenómeno no puede deberse únicamente a los patógenos, pues dónde les va peor a las bacterias y a los virus que precisamente en el quirófano y la UCI. Aquí se los persigue y extermina como en ningún otro sitio. Pero si el paciente sólo puede comunicarse por medio de tubos de plástico, cánulas y electrodos, se desarrolla fácilmente un problema inconsciente de contacto, lo que se somatiza a menudo como una neumonía.

En la medicina esotérica presuponemos que cualquier incidente corporal es la expresión de un contenido espiritual de fondo, es decir, el cuerpo se nos presenta como espejo del alma. Si el incidente físico simplemente se tapa, como tan a menudo con los métodos convencionales, reforzamos por consiguiente la problemática espiritual. La supresión de síntomas los desplaza al inconsciente. Una forma tan tosca de desplazamiento de síntomas no entraría jamás en cuestión en otros ámbitos, por ejemplo, en el sector técnico. Si un sistema técnico de alarma comienza a aullar, a nadie se le ocurriría apagar la alarma como única solución. Sin embargo, cuando se trata de dolores de cabeza, articulares u otros, ciertos médicos y pacientes encuentran de lo más normal simplemente neutralizar la señal de alarma con los correspondientes analgésicos.

Por la ciencia sabemos ya hace tiempo que básicamente no se puede eliminar nada, pero sí transformar mucho de diversas maneras. En este sentido, tampoco el planteamiento de «la enfermedad como lenguaje del alma» ofrece más que un desplazamiento, eso sí, en una dirección bastante más útil. Es decir, un desplazamiento de retorno del plano físico al psico-espiritual ofrece claras posibilidades de curación, al contrario que el desplazamiento de síntomas que se limita al plano físico.

Se instaura un cuadro clínico cuando los temas esenciales, cuya elaboración consciente deniegan los afectados, descienden al plano físico y se somatizan aquí. Para solucionar un problema resulta poco útil suprimir su encarnación por medio de la bioquímica (por ejemplo, cortisona) o el pensamiento (por ejemplo, las afirmaciones). Sería necesario lo contrario. En lugar de confabularse contra el síntoma, habría que aprender a comprenderlo, es decir, llevar a la consciencia el contenido que produce origina el proceso físico. Si se consigue traer el tema de vuelta a la consciencia, al menos existe la posibilidad de solucionarlo aquí. De esta forma, se descarga al cuerpo de su labor de representación. Cuanto más clara y, por tanto, más desagradablemente pase el problema a la consciencia, más fácil le resultará al cuerpo soltarlo. De hecho, el cuerpo sólo es el escenario alternativo para la consciencia. Los temas que se rechazan conscientemente se encarnan de preferencia en el escenario corporal. Así, la enfermedad se convierte en camino.

En todo camino se puede aprender algo, aunque naturalmente existen caminos hábiles y otros menos útiles. Aprender directamente en el plano de la consciencia sin desviarse previamente al escenario físico suele ser más elegante, y conduce con mayor seguridad a la meta, aunque con frecuencia sea igual de desagradable. Sólo así se abre, por ejemplo, la posibilidad de una auténtica prevención. Indudablemente, la detección precoz es mucho mejor que la tardía, solo que no tiene nada que ver con la prevención. En cambio, que los cuadros clínicos se vuelvan superfluos por elaboración consciente y voluntaria del tema en cuestión a nivel psico-espiritual es una auténtica profilaxis.

El que entiende la enfermedad como lenguaje del alma percibe que la forma y el contenido no sólo concuerdan entre sí, también van siempre unidos. La enfermedad es el aspecto formal de un contenido psico-espiritual o, dicho de otra forma: Los síntomas son encarnaciones de temas espirituales. El lenguaje de los síntomas es únicamente un caso especial de lenguaje corporal, con toda seguridad el más difundido sobre la Tierra. Sin embargo, pocas personas de nuestra sociedad comprenden conscientemente este lenguaje universal, aunque nos resultaría sencillo recordarlo, el cuerpo no sólo habla, nuestro lenguaje es también físico. Por lo tanto, podría convertirse en el puente entre el cuerpo y el alma. Ya sea que incorporemos un conocimiento, que una afirmación entrañe algo.

Además del lenguaje corporal, que se completa por medio de expresiones coloquiales, refranes y figuras retóricas, y de los cuadros sintomáticos, también los hallazgos diagnósticos de la medicina clínica se pueden emplear para la interpretación. La descripción formal del proceso mórbido no es en absoluto equivocada, ni tan siquiera superflua. El escenario es el que posibilita la contemplación de la obra, la medicina psicosomática interpretativa no se opone a la medicina convencional, sino que la completa y amplía. La medicina académica domina las reparaciones en el ámbito físico mejor que cualquier otra alternativa. Reprocharle que no trate a la persona completa carece de sentido, pues es algo que nunca ha prometido. El visitante de la piscina municipal que se queja de que no haya vistas al mar no tiene razón. El que quiera ver el mar, tiene que viajar hasta allí. El que busque curación, debe esforzarse por una medicina que atienda al cuerpo, al alma y al espíritu y que, sin menospreciar a la medicina académica, llegue mucho más lejos que ésta.

Los síntomas experimentados y los hallazgos diagnósticos se pueden interpretar por igual y juntarse pieza a pieza en un mosaico, hasta obtener el patrón completo del cuadro clínico. La región afectada o el órgano correspondiente indican el nivel al que existe el problema. El proceso sintomático concreto revela el tipo de problema, en nuestro ejemplo el tema conflicto. Para la interpretación resultan de ayuda las siguientes preguntas: ¿Por qué le ocurre precisamente a este paciente justo esto y precisamente ahora? ¿Qué le impide la sintomatología? ¿A qué le obliga? ¿Qué sentido tiene precisamente ahora en su vida?

Dr. Ruediger Dahlke

Escritor. Conferenciante

asuntafernanda@hotmail.com