Padre nuestro que estás en la tierra

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Hace doce meses publicaba en esta misma revista «La búsqueda del padre y la madurez espiritual». Transcurrido un año y una veintena más de grupos de hombres, vuelvo sobre a retomar este asunto del padre, ya que surge una y otra vez en las terapias y en los encuentros exclusivamente masculinos de desarrollo personal. Círculos fraternales en los que no se habla de ligues, fútbol, o trabajo, sino de dudas, logros, heridas y solidaridad.

La dimisión de un Papa y la elección de otro fue una buena metáfora de la problemática del padre. «Problema» del padre, por celestial, espiritualizado y lejano; ausente o temido; dimitido o cansado; borracho y maltratador, machista dominante e intrusivo; o femeneizado, temeroso de la mujer y evitador del conflicto…. Padres que se han podido tener o padres que se han interiorizado de ese modo; padres a los que se quiere imitar o todo lo contrario; padres a los que se quiere superar, o con los que se anhela comunicar sin saber cómo. Padres a los que se guarda rencor o se odia abiertamente. Padres a los que se quiere a veces de forma tóxica o dañina para uno mismo. Padres a los que no se ha conocido, porque abandonaron el hogar o murieron…

«Matar al padre» para ocupar su puesto es un tema freudiano suficientemente analizado y que aparece en muchas mitologías y en muchos cuentos para adultos. A veces, en forma de destronamiento del rey por parte del príncipe, para ponerse la corona y ocupar el trono. El actor Ricardo Darín, cuyo padre también era actor reconoce: «Le usurpé el nombre. Nos llamábamos igual. Me pusieron una h entre paréntesis de hijo. Le pregunté si no le importaba que la quitaran. Asintió. Pusieron entonces a mi padre una p entre paréntesis. Ya me convertí en un «killer, cumpliendo el método de Freud». Pero hay múltiples caminos para hacerse adulto, sin matar metafóricamente al padre.

Todos los caminos conducen a Roma y, volviendo a ella, me impresionó ver a tantos «hijos huérfanos» en la Plaza de San Pedro, porque su papá-Papa había dimitido por cansancio e impotencia de cambiar ciertas cosas. Varios días después manifestaban su entusiasmo alegría por tener un nuevo papá-Papa, que parecía más cercano en los gestos. ¡Por fin, se decían, alguien paternal que besa a los niños y a los enfermos y se apea del coche blindado! En la novela «El Gatopardo» de Lampedusa, en un momento histórico pre revolucionario, Tancredi declara a su tío, el príncipe Fabrizio: «A veces es necesario cambiar algo, si queremos que todo siga igual». Pero no queremos que nada cambie, sino acabar con el sufrimiento innecesario, romper la cadena de inconsciencia que genera la mente patriarcal y desemboca en la actual crisis global de los antiguos modelos familiares, sociales, políticos y económicos.

Como afirma Sergio Sinay en «La masculinidad tóxica» (Ediciones B), los tipos de padre se reproducen en las formas de gobernar de los «padres gobernantes», que van desde el asistencialismo paternalista al autoritarismo despiadado, pasando por el engaño descarado. Son tipologías que amplían el modelo del padre que seduce al hijo con regalos, del que lo somete por la fuerza y del que lo engaña con falsas promesas. Todas ellas son formas de no ver al otro (el hijo real o el hijo-ciudadano) como persona autónoma, no reconocerlo ni darle valor. Y esto ha producido una falsa masculinidad, hecha de desconfianza de los varones entre sí, de desvalorización de las mujeres o de una falsa idealización, de violencia, adicciones, ambición depredadora o pasotismo.

Todo padre empezó siendo un hijo, pero no todo hijo acaba siendo padre. Ser padre o no parece una simple decisión personal, una cuestión de carácter o algo marcado por el destino. Cuando se profundiza, no obstante, en el inconsciente personal, comprobamos cuánto influye para ser padre o no la relación con el propio padre y la figura que nos hemos forjado de él en la infancia y en la adolescencia. El refranero español es muy ilustrativo al respecto: «De tus hijos solo esperes lo que con tu padre hicieres» (heredamos de los padres costumbres, virtudes y defectos, a veces de forma involuntaria). «El padre desvergonzado hace al hijo mal hablado» (personas maltratadoras han tenido muchas veces padres maltratadores; otros se maltratan a sí mismos en la posición de víctimas permanentes para no maltratar a nadie: ni tanto ni tan calvo). «Padre millonario y trabajador, hijo vago y gastador» (padres ausentes o/y consentidores suelen obtener hijos totalmente opuestos a lo que hubieran deseado). Y si el hijo nace difícil, «hay que darle al niño malo más amor y menos palo». Y, al final de los finales, «hasta que no seas padre, no sabrás ser hijo», pero es un camino de esfuerzo personal, porque «nadie es sabio por lo que supo su padre».

Y no solo la paternidad. Muchos hombres se sorprenden en un momento u otro de sus vidas cuando caen en la cuenta de que también la elección de su pareja, la forma de relacionarse con ella, la facilidad o dificultad de comunicación, el tipo de conflictos y su aumento o resolución dependen en gran medida de lo que mamaron en su infancia en el propio hogar. A veces por imitación. A veces, justamente por querer ser lo opuesto de su padre y crear una pareja y/o una familia en el extremo opuesto a lo que vivieron o padecieron en su familia de origen.

Afortunadamente existen muchos hombres que podemos encontrar en nuestro camino y que pueden suplir lo que nuestro padre no pudo darnos. El músico y compositor italiano, Ludovico Einaudi, hijo del famoso editor Giulio Einaudi, confiesa en una entrevista que con 20 años encontró como maestro al compositor Luciano Berio, pionero en mezclar música clásica y electrónica y que le cambió la vida. «Me hizo ganar confianza —algo que me había faltado en mi familia—, me hizo sentir que las piezas que había compuesto hasta entonces, que yo consideraba pequeñas y frágiles, tenían valor. Imagino que este sería el papel de un padre. Y es lo que intento hacer con mis dos hijos mayores». La posición de su padre le permitió al menos vivir en un ambiente intelectual y culto que le abrió las puertas a poder estudiar en Estados Unidos. Por ello, es mejor agradecer lo que nuestros respectivos padres nos dieron –aunque solo fuese el esperma necesario para fecundar el óvulo de nuestra madre- que pasar la vida en un continuo reproche de lo que no recibimos. Si no, nos encontraremos en la posición de la canción de Luis Eduardo Aute: «Perdido el norte,/el este, el oeste y el sur…./ voy sorteando tumbas…/huérfano de estrellas que me indiquen algún sol» (Intemperie, 2010). En su película de animación, padre e hijo miran el malecón de Manila en 1945. Yo tuve ocasión de verlo reconstruido siete años después siendo niño, aunque mi padre no estaba al lado. Trabajaba en la Universidad de Manila. Y siento la misma nostalgia que expresa en otra de sus canciones:

Padre, me hubiese gustado
despedirte con un canto,
medio adiós y medio llanto,
respetuoso con tu yacer
magnífico y sereno,
un canto fructuoso y pleno.

Y cuando los padres están vivos, es mejor cerrar los circuitos antes de que fallezcan. Yoshimori Noguchi, en «La ley del espejo» (Maeva ediciones), da unos cuantos consejos sencillos para poder aceptar el haber sido heridos, porque perdonar y pedir disculpas es el mejor paso para liberarse del pasado y construir un presente más luminoso, consciente y feliz.

Y cuando se es padre, se rompe por fin la cáscara del reproche, la exigencia, el desagradecimiento y la dureza. Como dice Carlos Ugarte, responsable de relaciones externas de Médicos sin fronteras, ahora que tiene un hijo de ocho años, ya no puede volver a Somalia, el Congo, Ecuador, Kosovo, Irán… y volver a vivir lo que ha visto, porque su hijo le deja en carne viva y sin armadura. Decide estar presente para su hijo después de hacer de padre de miles de niños huérfanos, desnutridos, explotados.

Necesitamos padres terrenales, presentes, prácticos y cuidadosos que bajen de los cielos de los ideales de perfección, de consecución de prosperidad en sus largas jornadas laborales, de búsqueda de amplios horizontes de futuro perdiendo la vida de lo cotidiano. Padres que compartan la crianza de los hijos sin delegarla en la pareja ni en los centros de enseñanza. Padres que apoyen sin ser consentidores, que sepan poner sus propios límites sin fingirlos; que reconozcan confiados que los hijos son flechas disparadas que tienen su propio destino. Agradecidos a sus padres y abuelos. Porque solo desde el agradecimiento de lo que sí hubo, puede aumentarse el patrimonio emocional que se puede compartir. En la mediana edad se tiene el reto y la oportunidad de poder cuidar a los padres ya ancianos y a los hijos todavía menores de edad.

Padre nuestro que estás en la tierra,
mereces y te damos nuestro respeto.
Gracias por compartir tu reino y territorio.
Que tu voluntad sea razonada desde el corazón
y será cumplida en la tierra con admiración de los cielos.
No nos des más pan del necesario, pues ya nos lo ganamos.
Disculpa nuestra ignorancia y nuestros reproches,
pues nosotros disculpamos lo que no pudiste darnos.
Acompáñanos con tu benévola mirada en todo reto y desafío,
y deséanos todo el bien en nuestro propio camino.

Amen.

Escritor, terapeuta gestáltico y consultor transpersonal

Alfonso Colodrón

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8,4 minutos de lecturaActualizado: 27/06/2024Publicado: 17/05/2013Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , , , ,

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