Era Babaji Sibananda de Benarés, mi queridísimo amigo, quien frente al Ganges, me decía: “Ramiro, ¡tantas especies de animales y flores, tanta variedad!. No comprendo nada. Este mundo es un enorme escenario: somos los actores y estamos haciendo nuestro papel. Cuando la obra termine, volveremos a nuestro hogar. El alma es el conductor y el cuerpo es el coche”.
Para Schopenhauer, los Upanishad fueron el consuelo de su vida y de su muerte. ¡Llevo tantos años inspirándome en ellos!. A menudo los leo, reflexiono y dejo que sus enseñanzas reverberen en lo más profundo de mí. Es como si estuvieran inscritas en mis células. Se hace referencia, en estos textos de belleza extraordinaria, una y otra vez, al atmán, esa partícula espiritual que forma parte o es la irradiación de lo Absoluto y que alienta en toda criatura viviente.
Se nos dice: “Es el que ve y no es visto; el que oye y no es oído: es el que piensa y no es pensado; el que conoce y no es conocido, el Gobernante interno, el inmortal”. No hay que conocer, se nos insiste, al que habla, sino al que hace posible el habla; no hay que conocer al que piensa, sino al que hace posible el pensamiento. Yoga es realizar la unión de esa partícula espiritual con lo Absoluto y para ello se nos ofrecen los medios para poder desarrollar un tipo especial de percepción que conecte con Eso que el pensamiento ordinario no logra conectar. Se manifiesta en las criaturas como un elemento sutil, que hay que ir experimentando mediante el viaje interior y la vivencia del ser puro.
Hay que conocer experiencialmente “aquello que no se respira mediante el aliento y por lo cual el aliento opera”. El que percibe esa partícula de espíritu alcanza la identidad con lo Absoluto y sabe que nunca dejó de ser lo Absoluto, que está más allá del ser y del no-ser, que es la esencia nutritiva de todo el universo, que se esconde en la fuente del pensamiento como la perla en la ostra o la manteca en la leche. No se llega a Ello por las palabras, las ideas, los conceptos o el discurso mental, sino por el silencio introspectivo y la averiguación de sí mismo.
¿Quién alguna vez no ha sentido su esencia prisionera en este amasijo de huesos y carne que es el cuerpo? ¿Quién con sensibilidades místicas no se ha sentido alguna vez secuestrado en esta organización psicosomática? ¿Quién no ha querido romper los límites de su condición humana e ir con su esencia más allá de las redes de lo aparente e ilusorio?
En uno de los Upanishads se nos dice: “Así como el perfume en la flor, la mantequilla en la leche, el aceite en el sésamo y el oro en las pepitas, lo Absoluto está en todas las cosas. Y todos los seres, cualesquiera sea su condición, están insuflados por lo Absoluto como las perlas por el hilo”.
Todas las mañanas practico unos minutos de “detención consciente”. Es un ejercicio que todos deberíamos practicar con asiduidad, para sentirnos en lo profundo, en la certeza de ser como consciencia inafectada. A veces me toma un sentimiento oceánico, una sensación de cosmicidad, que me permite acceder, aunque sea por milésimas de segundo, a una realidad diferente, pero no por ello ilusoria, sino más real que lo que creemos real y no lo es tanto.
Anoche hablaba con mi entrañable amigo Nacho Fagalde de esa otra realidad que se oculta tras la realidad aparente y me decía que, si uno está preparado, no hay experiencia o viaje que pueda ser más interesante que el de la muerte. Los místicos sufíes cuando estaban al borde de la muerte, se repetían a sí mismos: “El alma se va, el alma se va”.
Al despertar esta mañana, Luisa me ha abrazado con ese gran amor que ella exhala y me ha dicho que es muy difícil concebir a un ser sin su cuerpo, como esencia, pero que el gran abrazo es abrazar esa esencia más allá del cuerpo. Y esta mañana he recibido un mail de mi querido amigo Jesús Fonseca en el que me decía: “La vida no es más que un encuentro; la unión tiene lugar después de la muerte. Los cuerpos solo disfrutan del abrazo, en cambio las almas disfrutan de la verdadera, de la eterna, unión. Se fusionan para siempre”.
Igual que Rumí dijo que cuando iba a escribir sobre el amor, se le rompió la mina del lápiz, dando a entender que nada de lo que se diga sobre el mismo se acerca al mismo, así nada de lo que con una mente limitada podamos decir sobre lo Otro se aproxima a lo Otro. Y es para ir más allá de la mente ordinaria y conectar con lo Innombrable, que el precioso texto Yoga-Vasishtha nos ofrece una instrucción extraordinaria:
“Ve y zambúllete en el sereno mar de la soledad espiritual y lava tu alma en el néctar de la meditación ambrosiaca. Sumérgete en la profundidad de la Unidad y aléjate de las olas saladas de la dualidad y de las aguas salobres de la diversidad”.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor