5 Claves para Entender la Utopía: Reflexiones sobre Idealismo y Realidad

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3,6 minutos de lecturaActualizado: 05/10/2024Publicado: 05/10/2024Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , , ,

Tomás Moro acuñó el término «Utopía» para dar nombre a una isla imaginaria descrita en su novela: Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, publicada en el año 1516. Se le atribuye a la palabra dos orígenes, ambos del griego, uno es ou que significa «no» y el otro es eu cuyo significado es «bueno». En ambos casos el prefijo se complementa con la palabra topos, cuya traducción es «lugar». Así que «Utopía» puede significar tanto un «no lugar» como un «lugar bueno».

Con el paso del tiempo, el término se asoció a la perfección o a un ideal irrealizable, aunque Tomás Moro no le dio este sentido. Su obra describía un estado ideal y constituía una crítica velada a la sociedad de su época. Desgraciadamente, lo que en ella denuncia es algo que no hemos superado en absoluto. De este modo habla uno de los personajes:

«Así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellas – ¡Dios me perdone! – sino la conjura de los ricos para procurarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apropiado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten en leyes.»

La crítica a la utopía ha sido constante; se le ha reprochado ser infantil y soñadora. Además, siempre ha estado asociada a revoluciones, y estas, a su vez, han sido consideradas peligrosas por su potencial totalitario. Uno de los ejemplos recientes es la derrota de la izquierda en las elecciones islandesas, donde la derecha interpretó el resultado como un castigo al escaso realismo de sus rivales. Esto nos deja un escenario familiar a muchos.

¿Qué es lo peor de una utopía? ¿Seguirla fielmente o traicionarla? Estamos educados para valorar el sentido común (es decir, la opinión de la mayoría) y los proyectos templados (¿qué mejor que el justo medio?). Sin embargo, lo cierto es que el punto medio no existe, y la opinión mayoritaria no es garantía de nada, sino más bien producto de la manipulación orquestada por unos pocos. En este momento, el mundo necesita más que nunca un cambio radical; la clave es conseguir que sea en la dirección que nos lleve a repartir los recursos con justicia y a defender la dignidad de todos.

Llevando la utopía a lo personal, uno puede considerar que ya es todo lo que puede ser, o creer que puede alcanzar muchísimo más. Recuerdo que las monjitas de mi colegio insistían en que estamos llamados a la santidad. Aunque nunca reparé mucho en ello, esa enseñanza dejó una huella en mí.

Enfrentarse al sufrimiento es parte de la vida. Existen dos formas de tomarlo: considerarlo un producto natural de las circunstancias o verlo como una oportunidad para crecer. Los psicólogos debemos contemplar seriamente ambas dimensiones. Sufrir no debe llevarnos a la culpabilidad por no ser positivos siempre, y, a su vez, no ser víctimas de nuestro sufrimiento puede permitirnos afrontar los desafíos desde una nueva perspectiva.

Un futuro donde la utopía sea posible parece un desenfreno, pero está en nuestras manos imaginarlo. Defendemos que las utopías no son engaños, sino fundamentos para re-imaginar la vida en sociedad, cuestionando las creencias dominantes y apostando por el cambio radical. Este proceso no es solo social; también es interno y personal, pues implica creer en un mundo mejor y actuar conforme a esos valores.

Así, el amor y la búsqueda del bien común son nuestras mejores utopías. No debemos subestimar la capacidad del ser humano para crear cambios significativos, independientemente de los retos presentes. Hay que seguir enamorándonos de la vida, incluso en las circunstancias más adversas, porque nuestra esencia reside en ese deseo de amar y ser amados.

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