Del Cementerio de la Mente Vieja al Jardín de la Mente Nueva: Un Viaje Transformador hacia la Autenticidad

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3,7 minutos de lecturaActualizado: 09/01/2025Publicado: 09/01/2025Categorías: Ramiro CalleEtiquetas:

La mente vieja es la que arrastramos y se ha detenido en su proceso de real aprendizaje y evolución. Acumula traumas, complejos, juicios y prejuicios, estrechos puntos de vista, viejos patrones y cristalizados esquemas. Acarrea miedos aprendidos, frustraciones, tendencias de apego y aborrecimiento, represiones y, en suma, todo tipo de condicionamientos. Es una mente fosilizada y herida, que perpetúa sus conductas y actitudes por erróneas o inadecuadas que sean, atiborrada de inútiles cachivaches. Es una mente que ha perdido su frescura y su capacidad de renovación, penetrando en un circuito enrarecido de asociaciones mentales, reacciones estereotipadas, hábitos psíquicos y una considerable fragmentación.

Una mente así no es de fiar y engendra todo tipo de conflictos, convirtiéndose en una prisión emocional que nos ata al pasado.

Es la mente del pasado saboteando el presente, cuyo inconsciente irrumpe para crear confusión y desorden. No hay en esa mente armonía, ni sosiego, ni belleza, ni verdadera espontaneidad, ni creatividad. Es una mente que siempre está midiendo y comparando, desertizándose en un surco repetitivo de consciencia, juzgando e imitando, sin poder experimentar independencia ni libertad. Se convierte en un fardo que a cada momento nos sale al paso y lo diseca. Es una mente esclava y que esclaviza, diana de todas las influencias tóxicas que provienen del exterior, incapaz de explorar los hechos en profundidad ni reconocer su lado más intuitivo y equilibrado.

Para poner fin a esta mente condicionante, no bastan las componendas ni paños calientes. Es necesario cambiar de paño, cambiar de mente. La parábola de Jesús es clara: si a paño viejo le echas remiendo, tirará de él y más lo romperá. No se trata de seguir fabricando autoengaños, sino de lograr que la mente vieja, que es una gran tirana, se rinda y dé paso a la mente nueva.

La mente vieja es como una fotografía fija, incapacitada para el verdadero aprendizaje. Repite una y otra vez sus esquemas, proyecciones y fantasmagorías. No es capaz de escapar de su propia sombra y así continúa anidando pensamientos y reacciones desmesuradas y neuróticas, temores, ofuscación, avaricia y odio. Se recrea en un caos que parece inquebrantable, girando como un trompo sin encontrar la salida.

Es una mente herida, que debe terminar por dar paso a la mente nueva, libre de heridas. Esta mente vive en la urgencia del momento, sin cargar el peso del pasado ni temer al futuro; es fluida, como un río de aguas cristalinas, sabiendo nacer y morir a cada instante. La mente nueva sabe asir y soltar, actúa como un espejo que refleja sin la necesidad de conservarlo todo; no está anclada en el apego o la aversión, lo que le permite estar en un continuo aprendizaje existencial.

En la mente vieja hay autodefensas y contracción; en la mente nueva, hay renovación y apertura. No significa que se deba olvidar completamente la historia personal, sino que hay que abrirse a la realidad del momento, dejando ir las impresiones tóxicas sin dejarse condicionar ni esclavizar. La mente vieja perpetúa el odio, el miedo, el afán de venganza, la envidia y los celos, dominada por un ego exacerbado y una inseguridad que le obliga a autodefensas que no la salvan de nada, sometiéndola a servidumbre.

Para que nazca la mente nueva, hay que poner los medios que lo posibiliten. El verdadero sentido del bautismo en muchas tradiciones era el de marcar un corte con la mente vieja y modificar la actitud para dar paso a la mente nueva. La práctica de la meditación, el autoconocimiento, la desactivación de los hábitos psíquicos y puntos de vista prefijados, la atención en el momento presente, y las técnicas para la mutación de la consciencia, permiten ir desalojando la mente vieja, para que eclosione la poderosa energía de la mente nueva. Esta es aquella que, libre de prejuicios y patrones, puede conectar realmente con lo que es, recuperando un nuevo sentido de la armonía y estando abierta a un fértil aprendizaje vital. La mente vieja es un cementerio; la mente nueva es un loto que no deja de florecer y que permanece impoluto incluso en el lodazal.

Ramiro Calle

Director del Centro de Yoga Shadak y escritor

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