Estas últimas semanas he tenido ocasión de cambiar impresiones con muchas personas (parte de ellas alumnas mías) que han pasado por situaciones muy difíciles (personales, familiares, profesionales, económicas o de salud) y gracias a su entrenamiento en la meditación han conseguido no añadir sufrimiento al sufrimiento, mantener el sosiego y no descentrarse por completo. La meditación ha sido para ellas un asidero importante, pudiendo así recobrar el equilibrio perdido o poder hacer frente a los factores y situaciones que tendían a desestabilizarlas. Me he acordado así de aquello que decía Buda de convertirnos interiormente en una isla a las que las aguas no puedan anegar.

 La meditación es un banco de pruebas para adiestrar la voluntad, la ecuanimidad, la visión clara, el sosiego, la atención y la lucidez. Mediante ella podemos contrarrestar la fuerza arrolladora de esas circunstancias que nos arrastran hacia afuera y tratan de desquiciarnos (sacarnos de nuestro quicio), centrifugándonos de tal modo que nos alejamos de nuestro eje interior y perdemos por completo nuestro centro. ¡Cuán común es que ante las adversidades una persona se sienta descentrada, o sea fuera de su centro, alejada de su ser!.

Para muchas personas que se ven obligadas a afrontar situaciones muy difíciles o circunstancias adversas, la meditación representa un regresar hacia sus adentros y poder desconectar de los problemas, aunque sea unos minutos, para conectar con uno mismo y así conseguir restablecer la quietud, combatir el estrés de las circunstancias difíciles y poder asentarse en uno mismo.
Podemos así frenar esas fuerzas que nos des-centran y conseguir centrarnos. Aunque sea por unos minutos puede uno de ese modo estar más allá del conflicto o verlo desde otra perspectiva, sin perder la calma y la claridad mental. Uno se interioriza y se pone al amparo de su propia esencia, pudiendo al menos por unos minutos dejar de ser una hoja a merced del vendaval de las influencias externas y pudiendo hallar reconfortante refugio en el silencio interior.
Detenerse física y mentalmente unos minutos, renueva las energías, limpia la mente, reordena la vida psíquica y activa recursos internos. Durante esos minutos uno se separa de sus tribulaciones y encuentra solaz y vitalidad dentro de uno mismo, para luego volver con más vigor y más ecuanimidad al escenario de luces y de sombras de la vida diaria y poder afrontar con más fortaleza anímica los inconvenientes y adversidades.

Siempre podemos sacar unos minutos, por muy frenética que sea nuestra vida, para poder sentarnos y aplicar algún ejercicio de meditación. No solo hay que ejercitar, cuidar, atender y proteger el cuerpo, sino con más razón la mente. Nos podemos sentar y sentir la respiración, como una apacible ola que va y viene, tratando de percibir y sentir pero no de pensar.
O podemos estar atentos a la postura corporal y a la sensaciones del cuerpo, o ver cómo pasan los pensamientos sin que nos afecten, o poner toda la atención hacia uno mismo e irse sumergiendo en uno para encontrar un estado de recogimiento, silencio interior o presencia de ser.
Como me dijo un yogui que entrevisté en Nepal para mi obra LA SABIDURIA DE LOS GRANDES YOGUIS: «El secreto está en parar». Cuando paramos y nos interiorizamos, comenzamos a ser. Y entonces, igual que las aguas turbias de un estanque se aclaran cuando se remansan, comenzamos a esclarecernos interiormente y de ese modo podemos sustraernos a la agitación, la incertidumbre y la confusión mental.

Ramiro Calle

Director del Centro de Yoga Shadak y escritor

www.ramirocalle.com