Varias personas viajaban en el departamento de un tren. Llegó la noche y apagaron las luces para tratar de conciliar el sueño.
Cuando todos estaban a punto de dormirse se escuchó una voz que decía: “¡Ay qué sed tengo, pero qué sed tengo!“.
La voz no dejaba de lamentarse, impidiendo que los pasajeros del departamento pudiesen adentrarse en el sueño. Entonces, uno de ellos encendió la luz, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua al sediento, que engulló con rapidez el contenido.
Se apagó la luz del departamento, todos suspiraron aliviados y empezaron a tratar de dormirse. Pero de súbito se escuchó la misma voz que se lamentaba:
“¡Ay, pero qué sed tenía, pero qué sed tenía!“
REFLEXIÓN SOBRE LA MENTE CAÓTICA
Esta es la naturaleza de la mente caótica, desordenada y sin estabilidad, la que los yoguis comparan con un mono loco y ebrio o con un elefante furioso; una mente que no deja de estar en sus ires y venires, yéndose al pasado o al futuro, perdiéndose en elucubraciones, quejas y obsesiones. Una mente así no es fiable y se convierte en la mayor fábrica de sufrimiento.
Acarrea los malos momentos, se enreda en sus propias creaciones sin sentido, en lugar de resolver las dificultades añade otras. Cuando no hay problemas reales, origina problemas imaginarios y se aturde buscando soluciones inventadas para ellos. Este es el ciclo vicioso de la mente inquieta.
Esta es la mente que el gran místico Kabir calificaba de fraude, comparándola con una casa con un millón de puertas. Se disgrega, dispersa y pierde todo su potencial; por ello, es imprescindible transformarla.
Un mentor le dijo a su discípulo: “Si tu mente no te gusta, cámbiala.” Afortunadamente, la misma mente que nos encadena es la que puede liberarnos; pero para ello, hay que entrenarla, conocerla, cuidarla, sanearla y aprender a dirigirla.
Una cosa es pensar consciente y voluntariamente, y otra son los pensamientos díscolos y automáticos que a menudo nos abruman. Es crucial aprender a pensar de manera constructiva y, si es necesario, dejar de pensar en exceso, centrarse en el momento presente y no dejarse llevar por recuerdos o expectativas inciertas.
El primer paso hacia la serenidad es reconocer la naturaleza de nuestra mente y trabajar en su transformación. Quizás comencemos meditando unos minutos al día, anotando nuestros pensamientos en un diario para desahogarnos o practicando actividades que fomenten la atención plena como el yoga o la respiración consciente.
¿Te has encontrado alguna vez atrapado en el ciclo de pensamientos negativos? ¡Comparte tu experiencia en los comentarios!
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor