Un león que vivía en la selva, al tener sed, se acercó a un lago para poder calmarla en sus despejadas aguas.
Al ir a introducir las fauces en las aguas del lago, vió su rostro reflejado en las mismas y, creyendo que era el de otro león, se dijo a sí mismo:
“¡Vaya, estas aguas deben pertenecer a este león!”. Y, sin poder calmar la sed, se dió media vuelta y partió.
Pasado un rato, sentía tanta sed que decidió volver hasta el lago y, al ir a beber, de nuevo vió el rostro del león del lago. Abrió sus amenazadoras fauces, pero al ver que el león del lago también lo hacía, retrocedió aterrado, pensando: “¡Este león es muy peligroso!. Lo mejor será irme o me devorará”. Así lo hizo y se alejó unos metros. Cada vez tenía más y más sed, tanto que ya resultaba inaguantable. Lo intentó varias veces más, pero siempre se interponía el león del lago.
Cuando ya la sed le consumía, pensó:
“Moriré al hacerlo, pero ya no puedo dejar de beber”. Se acercó a las aguas del lago y, al tratar de beber, de nuevo apareció el rostro del león del lago. Ya no podía más, por lo que, con un movimiento rápido, metió la cabeza en el agua y bebió hasta saciarse. Entonces, sorprendido, se dió cuenta de que el león que tanto temiera había desaparecido.
REFLEXIÓN:
No hay peores miedos que los imaginarios, ni peores temores que los infundados. Muy a menudo, nuestra incontrolada imaginación nos hace ver lo que tememos, como el que ve una venenosa serpiente en la inofensiva cuerda.
Pero no basta con saber que un miedo o temor es irracional e incluso absurdo, porque muchas veces no encontramos los recursos anímicos necesarios para superarlo. Por eso hay que someterse a una disciplina mental que nos ayude a transformarnos y potenciar nuestros recursos internos.
El miedo limita y constriñe, sembrando desasosiego y puede generar enfermedades psicosomáticas. Me refiero a ese miedo inútil, que es infundado, ya que el miedo con fundamento es un aliado en cuanto que nos permite reaccionar ante el peligro.
A menudo los miedos desaparecen cuando nos enfrentamos a ellos. Sin embargo, existen miedos que podemos aprender a gestionar, como los de volar en avión o hablar en público. Por ejemplo, una persona que se siente nerviosa antes de dar una presentación puede utilizar ejercicios de respiración y visualización positiva para calmarse.
Hay miedos aprendidos, que vienen de atrás, y otros que nacen de una imaginación mal canalizada. No hay nadie que no tenga miedo en una u otra ocasión, pero cuanto mejor controlamos la mente, menos miedos se apoderan de ella.
Ejemplos de miedos comunes incluyen: miedo al fracaso, miedo al rechazo y miedo al cambio. Todos estos pueden ser superables. Cada uno de nosotros enfrenta sus “leones”, pero con tiempo y esfuerzo, podemos aprender a vencerlos.
Hay miedos infundados muy intensos que son fóbicos, que resultan síntomas de una psicología que todavía tiene que madurar y liberarse de sentimientos de culpa. A pesar de estos sentimientos, somos humanos y podemos vencer esos conflictos internos. En lugar de dejar que los leones de la mente nos devoren, enfrentémoslos y aprendamos a dominarlos día a día.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor