En el corazón del hombre

Se dice que a los amigos se les elige, a la familia no. Yo no tengo muy claro haber elegido a mis amigos, ni que estos me hayan elegido a mí; sí siento sin embargo que por azar o destino nos hemos encontrado, y que por motivos más o menos felices nos hemos buscado y nos hemos hecho necesarios. Sinceramente creo que hay un momento en la vida en el que uno debería sentir que tiene varios “hermanos” que son esos amigos en los que se piensa a menudo, a los que uno desea cuidar, para los que se cocina y se festeja, y a quienes se llora cuando hay que llorar.

El valor de la amistad

Mis amigos no siempre me han gustado. He sentido hacia ellos lo que creo que casi todos hemos sentido alguna vez hacia nuestra familia. Tengo la impresión de que uno no siempre elige de quien depende. Los psicólogos procuramos ayudar a las personas a ser libres e inteligentes para que escojan sus mejores opciones, y en cierta medida esto es posible y absolutamente necesario, pero no nos pasemos; al igual que yo no puedo convertirme en cualquier persona, yo no puedo disfrutar de cualquier relación.

Los seres humanos tenemos una enorme fantasía; gracias a ella hemos construido grandes cosas y viajamos, ¡incluso a través del espacio! Es maravilloso. Gracias a ella podemos imaginar un mundo mejor y realmente creo que si le echamos coraje podemos conseguirlo. Pero tener imaginación es también bastante incómodo, porque estamos siempre deseando algo que no tenemos y suponiendo que las cosas deberían ser mejores. Tengo un hijo de 5 años que es el vivo ejemplo de lo que os cuento. Ha entrado en una fase en la que no puede evitar desear constantemente algo. Las ideas no paran de cruzar su cabeza, y como os podéis imaginar quiere: juguetes, chuches, excursiones, ver a este o aquel, que me hubiera dado cuenta de esto o aquello, haber hecho esto o lo de más allá, casi todo lo nuevo… ¡y hasta casas!. Como os podéis imaginar vive en una frustración perpetua,… de no ser así tendría que aprovechar estas líneas para pedir limosna. ¿Y es que alguna vez cesa esa frustración? En realidad no, pero con suerte se vuelve una punzada que no te distrae del camino, formado por todos esos deseos amados y realizables, y no se apaga tu ilusión.

Cuántas veces nos hemos decepcionado con nuestros amigos, y de tantas otras cosas. Un gran psicoanalista y pediatra, Winnicott, decía que el amor es sobrevivir a esa decepción, esa rabia, esa frustración… Pienso en los amigos a los que he “odiado” y he seguido queriendo, que me han “abandonado” y han vuelto a mí. Supongo que para ellos la experiencia ha sido la misma pero a la inversa. Nuestros amigos funcionan como un espejo, y cuando nos pasa algo con ellos, a ellos también les está sucediendo algo muy parecido con nosotros.

Los psicólogos, como os decía, hacemos un especial hincapié en la libertad de las personas y en que estas la gestionen de una manera satisfactoria y responsable; en ese sentido uno evita ciertas compañías y rompe definitivamente con otras. Pero yo creo que son estas ocasiones excepcionales, al igual que lo es lograr algún cambio importante de conducta. La mayor parte del tiempo la vida nos reta a que la aceptemos tal cual; todas esas cosas que no deberían haber sucedido y que no deberíamos haber hecho parecen mirarnos a los ojos buscando una solución, sin haberla.

¿Cómo sería el ser humano si no tuviera un corazón siempre puesto a prueba por el dolor? A lo mejor no necesitaríamos amigos, nos bastaría con enamorarnos, que es bastante divertido (o debería serlo) y quedar de vez en cuando con alguien para realizar alguna actividad, pero desde luego no necesitaríamos a nadie. Parece que la solidaridad y el compañerismo, lo más bello del ser humano, hinca sus raíces en la desgracia compartida y en la celebración de una vida y unos tesoros que pueden perderse en cualquier momento.

El ser humano ha desarrollado su sentido moral dentro de este tejido de relaciones necesarias dentro de un entorno que nos somete a la precariedad, nuestra sociedad está basada en el intercambio de bienes y favores, gracias a ello hemos sobrevivido y evolucionado. Las personas podemos ser muy egoístas pero también buscamos que las relaciones sean justas y equitativas, no nos sentimos cómodos con los abusos, el engaño, la gorronería o la explotación. Otra cosa es que tengamos la mala costumbre de mirar a otro lado y que estemos “programados” para que sólo nos importe nuestro entorno más inmediato. ¡Pero por algo se empieza! Si no dejamos de cultivar este enorme potencial para ser fieles y equitativos, y no nos dejamos deprimir por los cuatro psicópatas que copan los telediarios, podemos lograr muchas cosas.

Pienso en los amigos que no están: los que nunca veo pero con los que a veces sueño, los que ya no viven pero que me parece seguir viendo. Quererles me trae recuerdos dolorosos pero también divertidos. Yo no sería yo de no haber formado parte de mi vida. Mi madre me enseñó a no arrepentirme de nada porque de todo se aprende (hasta de la mala suerte). Siempre he pensado que no hay que quejarse demasiado, y que es necesario agradecer y celebrar lo que la vida da: comemos, brindamos, bailamos, cantamos…, y lo hacemos juntos. Para mí la mayor alegría es la que me da la pertenencia, identificarme con mi mundo, mi especie, mi territorio, mi sociedad, mis orígenes, mis colegas, mi familia y mis amigos; es mi mayor antídoto contra la soledad. Nunca basta con lo que uno tiene, por eso es tan importante que a uno también “lo tengan”.

Susana Espeleta
Psicóloga colegiada.
Psicoterapeuta individual y de grupo
E_espeleta@yahoo.es