El viaje iniciático

El mito del iniciado existe desde el principio de los tiempos y está presente, asimismo, en todas las culturas. Su memoria ancestral late en nuestro inconsciente para recordarnos el camino de vuelta a casa; un viaje que los seres humanos realizamos hacia el recuerdo de nuestra Identidad Esencial. Desde hace miles de años, hemos recorrido cientos y miles de kilómetros en un peregrinaje lleno de promesas profundas.

Aquel joven que buscaba la iniciación y dejaba atrás la casa de sus padres, a menudo con dolor, emprendía una ruta bendecida por el cielo en la que enfrentaba los peligros de la tierra. Este héroe, tras luchar con los dioses y las bestias, fortalecía y templaba su ser hasta poder acceder a la cámara oculta de los iniciados. Se trataba de un viaje repleto de enseñanzas selectas y profundas que convertían al joven en un iniciado de los Misterios.

Sin duda, este mito reverbera en todos los viajeros iniciáticos que se aventuran a la incertidumbre e inseguridad del camino, porque intuyen que la maduración personal y la expansión de conciencia nunca fueron gratuitas.

En la mitología, este viaje se describe como una travesía plagada de aventuras “no casuales”; un largo camino durante el que un héroe se enfrenta a terribles criaturas y peligros. Estos aspectos del viaje en realidad reflejan las sombras internas y, a su vez, conforman la dimensión psicológica que permanece sumergida por no haber sido todavía reconocida. Se trata de lo que Carl Jung denominó como Sombra.

Hércules es un ejemplo mítico de héroe iniciado que emprende un camino tan peligroso, como profundamente transformador. Este mito es una metáfora de nuestra alma, que nos impulsa a crecer mientras abandonamos nuestra zona de seguridad y enfrentamos los obstáculos de la vida.

En realidad, los caminos iniciáticos han supuesto una especie de mapa que señala el Camino Mayor de la vida. El peregrino que se ve obligado a perseverar, superarse y confiar, se está en realidad entrenando en el camino de la vida, un recorrido en el que sin duda tendrá que aplicar valores significativos tales como la confianza, la perseverancia, la hermandad, la autoobservación y el silencio.

La propia etimología del término iniciático, (in–ire), que significa “entrar o ir hacia dentro”, indica que un viaje iniciático, además de proponer la aventura exterior que conlleva toda visita a una nueva tierra, añade una aventura interior por la que nuestras gafas de ver la vida se ven clarificadas y engrandecidas por la cadena de comprensiones que se suceden a lo largo del viaje; se trata de comprensiones que catalizan la transformación y el despertar del viajero.

Lo más destacable de este tipo de viajes organizados por las Escuelas y grupos de desarrollo transpersonal, son las diversas prácticas de autoindagación y meditación que se proponen durante momentos diferentes del camino. Se trata de propuestas que facilitan el despliegue de la autenticidad y el autodescubrimiento en el viajero.

Los viajes iniciáticos, que van más allá de los viajes meramente turísticos, despliegan un clima de intimidad emocional y confianza entre un no casual grupo de compañeros; un grupo en el que los participantes disfrutan de un sensible compartir que fluye de manera natural.

En los Viajes Iniciáticos se potencia un nivel de consciencia y comprensión que hacen del viaje una experiencia valiosa e inolvidable. El viaje, en este sentido, se convierte en un camino hacia lo esencial; un camino en el que el viajero, al tiempo que avanza y penetra en las tierras desconocidas, ahonda hacia sus dimensiones humanas más significativas.

Caminatas en silencio introspectivo, sesiones de Respiración Holoscópica en el lugar y en el momento emblemático, la práctica de la meditación cada mañana antes de desayunar, la celebración, el humor y numerosas sorpresas inundan el camino de alegría, al tiempo que facilitan que el peregrino se dé cuenta de que crece y de que algo de su Ser sana sin vuelta atrás.

En un viaje iniciático, el viajero se transforma y no tarda en confirmar que quien vuelve a casa, vuelve siendo diferente. Regresa, asimismo, determinado a hacer algunos cambios de vida, constatando que el viaje ha sido un antes y un después, y que el grupo de compañeros con quienes ha compartido su camino ya está tan dentro del corazón, que nunca podrá olvidarse.

En un viaje iniciático, la meta no es tan relevante como el camino en sí mismo: cada paso, cada comprensión y cada toma de consciencia enriquecen un viaje tras el que el viajero será un iniciado.

Y, por último, si bien cualquier destino puede convertirse en un viaje iniciático, existen ciertos lugares que, por su tradición milenaria, hacen de éstos caminos cargados de simbolismo e inspiración para un viajero que anhela re-cordar. El Camino de Santiago, los Himalayas de Nepal, el corazón de los Balcanes y la India de los Brahmanes son algunas de las propuestas con simbolismo milenario que inspiran la expansión de consciencia y recuerdan el sentido último en el alma del “peregrino”.

Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;

Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

–Ítaca, de Kavafis–

 

Escuela de Desarrollo Transpersonal
www.escuelatranspersonal.com