Cuándo iniciar un Nuevo Ciclo

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”Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos”
Fernando Pessoa

La vida no es una línea recta. No es el trazado fijo de una flecha apuntando a un blanco. Tampoco círculos cerrados que se repiten, según la ley del eterno retorno. Mi vivencia y los trozos de vida que me cuentan en las sesiones de consultoría y de terapia es que la vida se parece más a una espiral, en continuo movimiento, que gradualmente se acerca al eje del Centro del Ser. Y cuando creemos repetir una y otra vez experiencias agradables o desagradables, fracasos y éxitos, sombras y gozos, siempre es distinto. No pasamos nunca por el mismo punto, lo mismo que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, como formuló hace ya veinticinco siglos el filósofo griego Heráclito. Podrá ser el mismo cauce, pero no será la misma agua ni nosotros seremos los mismos.

Cada anilla de la espiral sería un ciclo. Los hay cortos y largos, paulatinos y abruptos, voluntarios y obligados. Cada vez que se acerca el fin de un año y comienza otro, nos hacemos propósitos de cambios pequeños o grandes y, si nos va muy bien, nos proponemos hacer todo lo posible para mantenernos en ese oasis temporal de felicidad. Sin embargo, cada Año nuevo y cada uno de los cumpleaños que celebramos son solo convenciones subjetivas y sociales para marcar el paso del tiempo; pero convenciones arraigadas que tienen poderosos efectos psicológicos y emocionales.

Cuando cumplí 50 soñé que había llegado a la cima de una montaña; desde allí divisaba multitudes apresuradas que ascendían y, cuando coronaban la cumbre, seguían corriendo cuesta abajo, para estrellarse en el mar como olas en el arrecife. Recordé las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos…”. Decidí tomarme la vida con más calma, pero ello no me evitó una depresión latente, bronquitis crónicas –que ahora asocio a la tristeza- y una rabia apenas contenida –tal vez por la pérdida de la juventud y el paso del ecuador de la vida-.

Al llegar a los 60, tuve la suerte de traducir parte de la biografía de Abraham Maslow, uno de los creadores de la Psicología transpersonal, en donde contaba que, con 70 años se quejaba a un amigo de sus achaques. El amigo tenía 87 y era juez del Tribunal supremo de Estados Unidos; mirándole a los ojos, simplemente le respondió que él seguía laboralmente activo y que envidiaba su edad. En esos momentos, tuvo que reconocer Maslow que en la última década había escrito más libros, dado más conferencias y viajado más que en los primeros sesenta años de su vida. Así que me puse a ello y logré imitarle en parte.

He vivido estos años pasados con más salud, energía, ilusión y resultados que los diez años anteriores. Y ahora que ya he entrado en los 70, he empezado a vivirla como mi “década prodigiosa”. ¿El secreto? Seguir con la misma curiosidad por todo que cuando era niño; estar abierto a comunicar con absolutamente todas las personas con las que me cruzo en el camino; ir cumpliendo paulatinamente propósitos y proyectos; seguir laboralmente activo y cotizando a la Seguridad social; ser un librepensador sin dogmas, “deberías” ni convencionalismos sociales; estar al cien por cien cuando estoy y no estar ni en pensamiento donde no estoy, seguir uniendo conciencia e indignación activa ante las injusticias de nuestro mundo. Y lo más importante: seguir entrenando-practicando cuerpo, corazón y mente, para seguir construyendo el alma.

En cada ciclo nuevo a veces encontramos un amigo, un tutor, un alma gemela, un maestro o un guía de montaña que tienen claves para ese inicio de ciclo, que significa desprenderse de lo viejo, como se desprenden de su altura las hojas de los árboles en otoño y se dejan caer al suelo para convertirse en compost que alimentará el árbol. Hace meses, mientras me preparaba para entrar en mi nuevo ciclo, acudí a probar tres sesiones gratuitas de entrenamiento de Ritsuzen con el maestro Zen Miguel Mochales en su Dojo de Madrid. Yo había practicado el Soto Zen y el Rinzai, además de yoga, meditación vipassana, taichi y artes marciales en mi juventud. Pero me faltaba la tercera pata de la banqueta. Unos meses me han bastado para enraizar algo que venía yo predicando a quien quisiera escucharme, pero que no sabía cómo anclar: cualquier información, terapia, taller de desarrollo personal, aprendizaje… que no esté anclado en el cuerpo y en cada uno de sus músculos y de sus células es casi inoperante. Así que mi cuerpo se va transformando a medida que encarno lo aprendido y sigo aprendiendo profundizando en los mensajes del cuerpo.

Y el paso de un anillo a otro de la espiral exige dejar atrás hábitos y rutinas, comodidades y certezas. Arriesgarse a lo intuido, pero todavía desconocido, dejar el caparazón del caracol que nos protegía, pero nos hacía avanzar demasiado lentamente. Y un caracol sin su casa se asemeja a una babosa o a una lombriz vulnerable y arrastrándose por el suelo. Pero cuando se produce la metamorfosis ni siquiera se acuerda de que fue un hermoso caracol en algún momento. Cada cambio de ciclo profundo necesita un cambio de imagen; a ello me ha inducido y animado la pintora Teofanú Calzada (Nanú para los amigos), que ha puesto todo su arte en crear mi nueva tarjeta de visita, nueva web, nueva página oficial de facebook y nuevo anuncio en esta misma revista de Espacio Humano. Y no para aparentar lo que no soy, sino para transparentar todo lo que me avergonzaba mostrar y responsabilizarme de mi destino.

Los nuevos ciclos se inician cuando la vida, que no tiene marcha atrás, empuja o nos da una patada en el trasero. Los niños salen del País de Nunca Jamás y los jóvenes –a veces talluditos- de la casa de los padres. A veces se siente la pulsión de ser madre o padre y se da el salto al vacío. Con el tiempo, muchas parejas rompen porque no tienen las claves emocionales para continuar o porque descubren incompatibilidades que el primer enamoramiento velaba. En otras ocasiones uno es despedido de un trabajo y hay que ingeniárselas para sobrevivir en otro campo profesional. Y cuando no se es despedido, se producen crisis de hartazgo o de lucidez y de nuevo hay que saltar a una fase desconocida de la vida para cumplir nuestra misión, nuestro propósito, nuestros sueños y nuestra vocación, dejando atrás la seguridad conocida y la desaprobación de familiares y del entorno. Y los primeros pasos pueden ser vacilantes. Como escribe la psicoterapeuta María Colodrón en su muro de facebook: “Nuevos pasos que trazan nuevas sendas… caminos que emergen como encrucijadas, como oportunidades, como desafíos… espacios vastos para que el alma extienda sus alas de sueño…La inspiración, ese dulce cataclismo cotidiano y siempre milagroso, se encuentra en cada recodo interno y externo. Al compartir lo que nos inspira, iluminamos nuestro vínculo universal y celebramos nuestra participación creativa de la realidad”.

Y la realidad es más vasta que nuestras pequeñas vidas cotidianas. La Historia se sucede en grandes ciclos que crean y destruyen imperios y naciones, culturas y civilizaciones, ideologías y regímenes. Y cada país debe saber cuándo se agota un ciclo y comienza otro, pues aferrarse al pasado, a tradiciones que han dejado de tener sentido en nuevos contextos, a Constituciones que nacieron cojas, a pactos que no responden a las nuevas necesidades de las personas y del planeta es tan vano como querer dirigir las olas, poner puertas al campo o hacer retroceder la corriente impetuosa de un gran río.

Cuando escuchamos profundamente nuestro cuerpo, se desvanecen las preguntas y aparecen las respuestas. Cuando los ciudadanos escuchan su cuerpo colectivo, sus auténticas necesidades, en lugar de escuchar debates vacíos, programas que no se cumplen e ideologías que manejan emociones primitivas, se abre con toda naturalidad un nuevo ciclo, cual anillo superior de la espiral. No es necesario siempre llegar a una situación límite, cumplir años ni esperar acontecimientos externos, para decidir salir del capullo que nos protegía siendo crisálidas y desplegar las alas volando por el vasto espacio sin tiempo. En él desaparecen espirales y ejes, trayectorias y órbitas para fundirnos en la gran Corriente incesante de la Vida y vivir la añorada Unidad olvidada.

Alfonso Colodrón
Terapeuta Gestáltico
Consultor Transpersonal
www.alfonsocolodron.net 

Fotos: Lucía Colodrón

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