¿Cómo vives tus decisiones?

 

¿Qué pasaría si reconocieras claramente tus opciones y avanzaras al siguiente nivel de comprensión? ¿Serías más libre, más fuerte, más sabia? ¿Te sentirías más realizada, más viva, con más significado? ¿En qué punto estás ahora para que te quedes mirando estas preguntas? Y lo más importante: ¿Qué obtienes no reconociendo tus opciones o alejándote de ellas con excusas creativas?

En el día a día me veo con frecuencia frente a personas inmovilizadas ante las opciones posibles. Me dicen que aquella decisión sería la más natural pero que el movimiento que se desencadenaría por su decisión sería insoportable y no lo podrían afrontar.

Esto es una traducción, porque en realidad las personas no suelen decir exactamente que no lo podrían afrontar: suelen expresar que es muy difícil y que no pueden hacerle eso a su familia, a su pareja, a sus hijos, o a su madre. Porque, como imagino que sabes, a las personas no nos gusta reconocer nuestra vulnerabilidad y somos capaces de cualquier subterfugio con tal de hacernos parecer a nosotras mismas buenas, justas, éticas y generosas.

Te voy a poner un ejemplo. Hace poco una mujer me explicaba que quería divorciarse porque su matrimonio no era, digamos, un lugar acogedor adonde regresar cada día. Que en su opinión la relación había muerto y que sabía que tenía que separarse. Recuerdo que le dije alegremente:
-“¡Enhorabuena! ¡Entonces ya sabes lo que tienes que hacer! ¡Eso es lo más importante!”

Ella se me quedó mirando y tardó en reaccionar. Cuando salió de su breve asombro me dijo un poco descolocada:
“Bueno no es tan fácil. Es una situación muy difícil. Me gustaría divorciarme, pero claro… cuando pienso en mis hijos… Además no me gustaría hacerle daño ni a mi marido ni a mi familia…”

Sin quitarle ojo le sonreí y le dije muy seria:
“¡Enhorabuena! ¡Entonces ya tienes claro lo que no vas a hacer! ¡Eso es lo deja todo muy claro!”

Ella sonrió un poco nerviosa y entonces le expliqué mi perspectiva en relación con las decisiones: lo importante es tomarlas, asumirlas y seguir adelante. Ninguna otra cosa es importante en relación con ellas.

Evidentemente cuando tomas una decisión, o cuando decides no tomarla, esto pasa a tener un significado que afecta tu vida y la orienta hacia una u otra dirección. En realidad ninguna es menos correcta que otra: pero seguramente una resonará más contigo y le proporcionará más fuerza, más libertad, y más significado a tu vida.

Como trabajo principalmente con mujeres, muchas veces luego de un taller se acercan a mí para hacerme alguna pregunta, o para que las ayude a aclararse en algo. Y mi respuesta siempre parte de la misma base: no hay una decisión peor que otra. Pero seguro que para ti hay una decisión mejor. Ahora la pelota se queda en tu tejado y ese es el trabajo que te toca abordar.

Todo lo demás es conversación vacía.

Desde hace bastante tiempo me preocupa de igual manera el modo en que las relaciones son desechables… pero también el modo en que las relaciones se vuelven una cárcel de barrotes invisibles. En relación con el sufrimiento de la otra persona como excusa para no abandonarla siempre me ha parecido la excusa menos honesta de todas las excusas.

Te pongo un ejemplo para que me sigas: si consideras terminada una relación, y te sometes a una convivencia sin significado para ti (¿a fin de cuentas no es el amor lo que da significado a una relación?) ¿qué clase de consideración estás teniendo con la otra persona? ¿Quedarte no significa bloquear sus opciones de encontrar un camino de renovación afectiva y de realización personal? ¿Qué beneficios encuentra en esto para ti?

Y si esto es así… ¿cuánto tardarás en estar enfadada con el otro por formar parte de lo que no te permite abordar la porción de libertad que te reserve tu destino?
Entonces te vuelvo a hacer aquí la pregunta del título del artículo: ¿Qué pasaría si reconocieras claramente tus opciones y avanzaras hacia el siguiente nivel de comprensión?

Para explicarte mejor esto vamos a echar mano de tu imaginación.
Imagina que eres la mujer del ejemplo y que estás viviendo una situación insostenible con tu pareja. Entonces haces como esta mujer: te quejas permanentemente, a la espera de que alguien te detenga a tiempo, de tal modo que puedas escaquearte de hacer un movimiento decisivo. ¿Me sigues?

Mientras permanezcas en esta situación estás en un nivel determinado de comprensión: te mueves en horizontal, de un lado para otro, pero el nivel es el mismo. Hasta que no taladres un poco tu suelo y te dejes caer más profundo, a un nuevo nivel, no ocurrirá nada importante.

Harás mucho ruido vacío, porque en este nivel te preocupará quien lo ha hecho, para qué o por qué…. Y así te podrías mantener dando rodeos el resto de tu vida sin que ocurra nada nuevo.

Pero imagina que un día algo te hace comprender que esta vida, de este modo, no tiene un verdadero valor para ti. Imagina que te das cuenta de que si no haces algo con esto, vas a pasar el resto de tu vida protestando, criticando… e incluso zahiriendo y mintiendo.

Imagínate que de pronto ves a tu pareja mirando la televisión con una cerveza y te das cuenta de que a él también la vida se le escapa en una convivencia sin fuerza, sin conexión y sin alegría. Imagina que ves algo en él que te hace darte cuenta de que tu silencio, tu miedo y tu falta de sinceridad le están quitando el oxígeno a él también… y que en realidad no os estáis haciendo ningún favor callando lo que se respira en el aire.

Si has podido imaginarte esto, quizás también te haya dado por pensar que esta nueva mirada podría haber sido el primer acto de amor hacia tu pareja en mucho tiempo. Sólo un pequeño cambio, pero muy importante porque por primera vez descubres tu capacidad para redefinir tus permisos, tus valores o incluso con suerte de asumir ciertos aspectos de tu propia identidad.

Cuando esta mirada llega, es inevitable que te hagas preguntas sobre las consecuencias de tu comportamiento, y sobre el significado de tus elecciones. Entonces aquí, si no haces algo, una vez visto este paisaje, no podrás deshacerte fácilmente de lo que sabes sobre tu propia honestidad.

La madurez de una persona está íntimamente relacionada con este arriesgado cambio de nivel de comprensión en el que ya no nos movemos como un pequeño pac-man, de un lado hacia otro, mirando con ojos donde ha ocurrido y quién lo ha hecho.

Porque donde ha ocurrido o quién lo ha hecho puede ser imprescindible en la comisaría o en la escuela.

Pero en la vida de un adulto lo que es imprescindible es reconocer tus capacidades, enfrentarte a tus creencias, reconocer y aplicar tus valores… y fundamentalmente: afrontar tu identidad y a través de ella llevar a cabo tu misión, lo más cerca que puedas de la meta primordial de todo ser humano.

Que no es ni más ni menos que honrar y servir a la Vida en cada uno de sus actos.

Y al hacerlo, te garantizas con total seguridad, una respuesta justa y articulada a la pregunta sobre el siguiente paso… y hacia dónde te conducirá, una vez que decidas hacer tu movimiento.

Espero que sirva.

Que tengas un feliz presente.

 

Pilar Rodríguez-Castillos
Terapeuta. Profesora de Reiki. Consteladora.
Directora del Liceo de Estudios
sobre Disciplinas de la Energía.
www.licestu.com