Comienzo feliz de curso

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Para las familias con niños el mes de septiembre es sinónimo de comienzo del curso escolar. Tiempo de cambios después de las vacaciones de verano en el que pequeños y mayores se adaptan a horarios y rutinas. Hacer que esto suceda sin enturbiar la alegría de nuestros hijos y sus ansias de movimiento en todos los ámbitos es el tema que abordamos en este artículo.

“Y sin embargo, se mueve”, se dice que apostilló Galileo en referencia al movimiento de la tierra tras verse obligado a abjurar del heliocentrismo que defendía. Desde entonces los científicos no han dejado de encontrar que el movimiento se manifiesta permanentemente en todos los niveles de la naturaleza, desde los astros que viajan por el espacio hasta los iones que atraviesan la membrana de una mitocondria, todo es movimiento. Los niños no escapan a esta danza cósmica y manifiestan continuamente el poder del movimiento, cada uno a su manera como seres únicos que son. Unos no paran quietos ni un segundo y saltan incluso cuando están sentados. Otros, en el polo opuesto, son tan tranquilos y pausados que aparentan estar absortos en un mundo distinto al nuestro. Expresan también constantemente todo el movimiento interior que sacude sus mentes y sus espíritus, como cuando imaginan y crean relatos mágicos o figuras imposibles, muestran sentimientos espontáneamente, charlan inocentemente o cantan a voz en grito. Así es nuestra hija, nuestro hijo. Movimiento en estado puro y en armonía con todo el universo. Nuestro papel como padres es no coartar este poder del movimiento ni en el ámbito físico ni en el espiritual, sino permitir que vivan libres exteriorizándolo sin miedos. Pero, entonces, ¿cómo hacerlo compatible con las pautas escolares?

El punto esencial que no debemos perder de vista es la actitud con la que nuestros niños se dirigen a la escuela. Solo debemos aceptar como válida una posibilidad, que vayan contentos. Muchos son las causas que pueden influir en que esto sea o no sea así, pero el resultado siempre es el mismo: Si nuestra hija no quiere ir a la escuela, si nuestro hijo se queja o se muestra triste por asistir al colegio, la razón está siempre de su parte y hay que actuar en consecuencia.

La escena tan repetida del niño que se queda llorando en su primer día de escuela es antinatural y se puede evitar si papá o mamá han previsto quedarse con él hasta que se habitúe al nuevo entorno, ya sea por unos minutos, unas horas o unos días, lo que cada niño necesite. Claro está que debe tratarse de una escuela abierta a esta opción. De no hacerse así, el niño siente abandono y miedo ante un medio que por desconocido le resulta hostil, motivos por los que llora desesperadamente. Cuando deja de llorar lo hace porque se resigna a asumir el desamor que siente. Este hecho deja una pequeña huella de rendición en su alma infantil y el poder del movimiento se merma al constatar que la expresión de sus sentimientos no recibe la respuesta amorosa de sus progenitores que le consuele y le proporcione seguridad.

Sin duda, el docente que acoge y ayuda al niño juega un papel primordial y es el factor que más influye en la alegría con que nuestras hijas e hijos se dirigen al colegio. El amor y la impecabilidad deben ser los rasgos de su carácter, ya que su labor es un modelo de imitación continua para los niños y deja siempre una impronta en su personalidad.

La otra pieza fundamental es el tipo de escuela. Los colegios que ponen límites a la libertad de moverse y expresarse de los niños y pretenden que el aprendizaje sea algo impuesto en vez de emanar del entusiasmo interior solo pueden generar niños dóciles y moldeados. Estas escuelas se reconocen fácilmente por sus aulas con pupitres individuales que miran a una sola pared, por acomodar a los niños en grupos de la misma edad a los que se trata por los mismos estándares, por tener gran cantidad de normas y por la evaluación constante y abrumadora de las habilidades infantiles. En el otro extremo están las escuelas libres, que se caracterizan por tener horarios abiertos, asambleas para tomar decisiones y acompañan sin imposiciones al niño en el proceso de vivir y aprender al ritmo que su alma dispone y en contacto con la naturaleza.

Afortunadamente nos encontramos cada vez con más frecuencia con escuelas que, sin haber nacido como escuelas libres, abandonan el modelo tradicional a favor de otros que contemplan el respeto por la idiosincrasia de cada alumno. Algunas de sus características son la creación de grupos de niños de edades e intereses heterogéneos, un mayor contacto con la naturaleza, la elaboración de proyectos colaborativos, la diversidad en los tipos de aula, la bienvenida a madres y padres en las actividades docentes y la supresión de exámenes y deberes.

En un principio no debemos considerar un drama que nuestra escuela ideal no esté a nuestro alcance por cuestión de distancia o, en ocasiones, por motivos económicos. Podemos elegir la que más se acerque a lo que queremos entre las disponibles. Pues somos los padres los que nos encargamos de la crianza de nuestros hijos y sabremos incentivar su espíritu crítico hacia las peculiaridades de la escuela elegida y enseñarles estrategias para enfrentarse a los aspectos más desafortunados con que se puedan encontrar. En caso, por ejemplo, de déficit de ejercicio físico o de contacto con la naturaleza, algo a lo que tienden habitualmente las escuelas urbanas, los padres se encargarán de compensarlo con actividades de este tipo por las tardes.

Si vivimos en un lugar pequeño puede suceder que no haya más que una única escuela y nos resistamos a su elección por no gustarnos su ideario o su profesorado. Ya sea este el caso o ya sea cualquier otro que haga que un niño manifieste su rechazo a asistir al colegio, debemos analizar con él la situación y tomar las decisiones necesarias para evitarle la sumisión y la infelicidad de hacer algo que no quiere hacer. En ocasiones la solución puede ser sencilla, como la del acompañamiento para que nuestra hija o hijo pequeño no se quede llorando al dejarlo en la escuela. Otras veces quizás tengamos que plantearnos medidas más complejas como el cambio de residencia, tal vez de trabajo o de estilo de vida, para estar cerca de la escuela y el entorno apropiados. Y por supuesto, siempre podemos optar por pertenecer al conjunto de padres conscientes que se unen para criar a sus hijos felizmente en casa al margen de las escuelas.

El rechazo a la escuela no siempre se manifiesta de forma abierta, sino a través de otras señales que la intuición de los padres sabe detectar, como el hecho de que el niño se vuelva más callado y tímido, o que se muestre nervioso o abatido. No consideremos su inadaptación como algo negativo, muy al contrario, felicitémonos por ello, ya que indica que son almas rebeldes y especialmente sensibles que expresan el poder del movimiento con el que nacieron. Seguramente sea más acertado pensar que muchos niños, que asisten aparentemente contentos y adaptados a una escuela tradicional que enseña de forma impositiva, en realidad han renunciado a parte de sus poderes innatos para someterse al proceso de domesticación que la educación directiva supone.

En definitiva, tomemos consciencia de la crianza de nuestra hija, de nuestro hijo, que estamos llevando a cabo, pues de las decisiones que al respecto tomemos junto con todos los miembros de la familia dependerá que la incorporación a la escuela sea un acto dichoso.

¡Feliz comienzo de curso!

Julia Brook
Autora del libro «Niños fuera de la caverna»
www.fueradelacaverna.com 

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